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| Está bien… Si se quien es |

POV Salomé 

Salimos de la habitación de los niños y caminamos juntos hacia la nuestra. Él me toma de los dedos, como solía hacerlo al comienzo de nuestra historia, y me jala con suavidad hacia su cuerpo.

Lo dejo hacer.

Me detengo un segundo a observar sus ojos grises, esos mismos ojos que un día me prometieron amor eterno. Paso mis dedos por su cabello en un gesto automático, casi como una costumbre vieja que no he podido enterrar del todo. Él se inclina, deposita un beso sobre mis labios, y por un instante —uno solo— me dejo llevar. Porque quizás… quizás este sea nuestro último beso.

Pero cuando intenta profundizarlo, me aparto.

No puedo.

No después de lo que sé. No después de lo que vi.

No es ella. No es “la otra”. No me da asco ella. Es él.

Es saber que esos labios ya no son míos. Que su cuerpo ya no me pertenece como yo ingenuamente creía.

—¿Pasa algo? —me pregunta, sus ojos buscando los míos.

No puedo explotar. No ahora. Los niños acaban de dormirse y no quiero que sus sueños se tiñan de nuestras ruinas.

Tengo que pensar. Tengo que elegir bien cada palabra. No puedo gritar, ni darle la paliza que se merece por perro infiel. 

—Vamos a nuestra habitación —digo simplemente, y empiezo a caminar.

Abro la puerta del cuarto que una vez fue nuestro refugio, nuestro nido, y lo encuentro igual que siempre. Pero yo… yo ya no soy la misma. No reconozco a la mujer que lo habita ahora.

Estoy rota en partes tan pequeñas que no sabría por dónde empezar a reconstruirme.

¿Cómo se hace? ¿Cómo se encara una situación como esta? No lo sé… 

Lo siento rodearme con sus brazos, dejar besos suaves en mi cuello. Se acomoda detrás de mí, me ajusta más a él dejándome sentir su erección. Su cuerpo me lo dice todo: sigue deseándome.

Siempre ha sido así.

Willy nunca fue un hombre distante. Siempre fue afectuoso, cálido… cuidadoso. Incluso ahora lo es, y eso es lo que más me duele.

Porque su amor se siente real. Y sin embargo, también se siente contaminado.

—¿Qué hiciste hoy? —le pregunto, queriendo alejar su boca de mí.

Necesito espacio. Frío. Distancia. Si no, terminaré cayendo… otra vez.

—Estuve en casa de mis padres todo el día. Antonio jugó con papá y mamá y yo jugamos con las niñas.

—¿Nada más?

Niega con la cabeza.

—Es que me parece raro —añado— que no me llamaras ni una sola vez. Salí tarde, pensé que te preocuparías.

—Ay, amor… siempre dices que soy un tóxico. Asumí que estabas ocupada. Además, adelanté cosas en la casa para que llegaras y te relajaras. ¿Qué te parece si nos metemos a la tina antes de…?

—No —lo interrumpo con suavidad—. Quiero ducharme. Necesito agua fría.

—Está bien —responde, dándome un beso en la frente—. Anda, yo traigo algo para que comas. Debes tener hambre.

—Gracias —le digo, caminando hacia el baño.

—Salomé —me llama desde atrás.

—¿Qué?

—Te amo. No te lo dije en todo el día. Y prometí decírtelo todos los días. Tengo que cumplir esa promesa.

No le contesto. Cierro la puerta.

Y dejo que las lágrimas llenen mis ojos.

¿Cómo puede seguir diciendo esas cosas?

¿Cómo puede hacerme esto… y al mismo tiempo amarme así?

No llores, Salomé.

No más por él.

Ay, Willy…

Nos lo prometimos todo.

Y tú… lo jodiste todo.

La casa está en silencio, pero mi mente no. Desde que hablé con esa mujer, la cabeza no me deja en paz. Me pregunto si ahora mismo está hablando con ella. Si cada vez que me distraía, corría a buscar consuelo en otros brazos.

Estoy revolviendo el armario buscando algo para ponerme, pero no quiero ropa cómoda esta vez. Encuentro una lencería. Verde, como mis ojos.

Y me viene una idea.

Una idea que mezcla lo teatral con lo desesperado.

Voy a amarrarlo.

Voy a dejarlo sin escapatoria.

Quiero oírlo decir la verdad. Mirándome a los ojos.

Salgo con una bata que deja poco a la imaginación. Willy ya está sentado en la cama, con una bandeja de comida. Sus ojos se iluminan apenas me ve.

—Amor… —dice poniéndose de pie—. Estás bellísima.

¿Estamos celebrando algo?

—Podríamos celebrar nuestra perfecta relación —respondo con una sonrisa—. Que yo te amo. Y tú me amas… solo a mí.

Asiente, sin sospechar nada. Se acerca y me besa.

Le dejo hacer.

Tengo que tenerlo vulnerable.

Y por más que me duela, por más que me repugne su boca sobre la mía… no puedo romper el plan.

—Desocupemos la cama —le digo, tomando la bandeja—. Empezaremos por el postre.

—Salomé… me sorprendes. Estás tan caliente como cuando estabas embarazada de Antonio…

Si supiera lo caliente que estoy. Pero de rabia.

—Acomódate en la cama, mi amor —le susurro, empujándolo con dulzura.

—Pero yo quiero tocarte…

—Solo será un momento. ¿Confías en mí?

—Claro que sí, mi amor. Con mi vida.

Entonces levanta los brazos y yo los ato.

Después, las piernas.

Lo dejo quieto. Expuesto.

Y me bajo de la cama a buscar mi teléfono.

En él tengo el video. El que me abrió los ojos.

No se ve muy claro, pero la figura de la chica es reconocible.

Trago saliva.

Estoy a punto de preguntar. A punto de romperlo todo.

—¡Salomé! —grita desde la habitación.

Está perdiendo la paciencia.

—Ya voy —respondo, soltando el aire que llevaba guardado.

Vuelvo con una sonrisa fingida, subiéndome sobre él.

Sus ojos recorren mi cuerpo, deseoso.

Y yo… solo quiero respuestas.

—Te mostraré algo —digo con calma—. Y quiero que me digas qué ves.

Le pongo el video.

Su rostro cambia en segundos.

Lo reconozco de inmediato: eso es sorpresa.

Y miedo.

—¿Quién es? —pregunto. Mi voz es neutral, distante.

—No sé quién es. No la conozco —responde desviando la mirada. Miente.

—¿Sabes dónde estamos? En mi oficina. ¿Cómo crees que llegó hasta ahí?

Niega otra vez. Me acerco, tomo su rostro para que me mire.

—Amor, no lo sé… ni siquiera sé cómo se llama.

—¿Ah no? —susurro, y pongo el video con audio.

La voz de ella llena la habitación. Él la escucha. Traga saliva. Se le humedecen los ojos.

—Salomé, amor…

—Dímelo de una vez, Willy. Porque te juro que después del divorcio no te dejaré ver a mis hijos nunca más.

Guarda silencio.

Y entonces baja la mirada.

—Está bien… sí sé quién es.

¡Ay no mi corazón! 

POV Cecil 

Había pasado una semana desde que llegué a este lugar y, aunque cada día trajo su propio torbellino de emociones, hoy por fin me iría de vuelta a casa. Cerraba una etapa. Una amarga, sí, pero necesaria. Había caminado por calles desconocidas con el corazón hecho pedazos, y sin embargo, en medio de tanto, conocí a Valentino, y con él descubrí que aún hay personas que pueden darte algo bonito sin pedirte nada a cambio.

Tenía razón. No debía quedarme aquí estancada, llorando por alguien que simplemente no supo elegirme. William no era lo que decía ser. Me mintió a mí, le mintió a ella, y probablemente también a sus propios hijos. No importa si se divorcia o si algún día regresa a buscarme. No soy el segundo plato de nadie, y no me voy a traicionar quedándome con un hombre que fue capaz de hacer tanto daño.

Miro la hora. Valentino no tarda en llegar. Le pedí que antes de llevarme al aeropuerto, me llevara a ver a la señora Salomé. Me pareció extraño no tener noticias de ella durante toda la semana. No me buscó, no llamó, no respondió a los mensajes. Quizás lo perdonó. Quizás decidió que su historia con William todavía tenía capítulos por escribirse. La entiendo. Cuando hay hijos de por medio, uno a veces toma decisiones con la cabeza baja y el corazón hecho trizas.

—Buenos días —digo apenas entro al auto. Mi sonrisa es sincera. En esta ciudad aprendí más de lo que esperaba, y conocí a alguien que me recordó mi propio valor.

—Hola, Cecil. Puntual como siempre —dice Valentino con una media sonrisa—. Se le ve más liviana hoy. ¿Está segura de que quiere ir a ver a esa mujer?

Asiento.

—Sí. Es hora de cerrar este capítulo. Quiero decirle que me voy. Que he bloqueado el número de William. Que no tendrá más contacto conmigo. No me gustaría que algún día, por algún malentendido, pensara que fui parte de su engaño a propósito.

Cuando llegamos, el mismo nudo que sentí la primera vez vuelve a apretarme el estómago. Pero ya no me domina el miedo o la culpa. Solo quiero que todo quede claro. Que ella sepa que, de mi parte, nunca hubo maldad. Me enamoré de un mentiroso, escojo muy mal a los hombres. 

—Buenos días —saludo a la mujer de recepción con educación.

—Buenos días. ¿En qué puedo ayudarla?

—Quisiera hablar con la señora Salomé —dije con calma.

La recepcionista asintió y me indicó que tomara asiento mientras hacía una llamada. Observé su rostro mientras hablaba por el teléfono. Su expresión cambió de amable a incómoda.

—Lo siento —dijo después de colgar—. La señora Salomé me pidió que le dijera que no puede recibirla. Me dijo que se fuera de aquí… y que no vuelva. Si no lo hace, debo llamar a seguridad.

Me quedé en silencio un instante. Lo entendí. Me duele, pero lo entiendo.

—¿Está ocupada? Puedo esperar —intenté, pero ella negó con la cabeza.

—Hágase un favor y evítese problemas —dijo con seriedad—. Será mejor que se marche.

Asentí sin decir una palabra más. No era bienvenida, y no insistiría.

Quizá fue demasiado para ella. Quizá necesitó poner distancia. Quizá me odia y tiene todo el derecho. Yo nunca supe de su existencia hasta que fue demasiado tarde, pero eso no le quita el dolor que vivió.

Ojalá algún día me permita hablarle con calma. Decirle que lo siento, que nunca quise hacerle daño. Que también fui engañada. Que si hubiera sabido la verdad, jamás habría seguido viéndolo.

Mi conciencia está tranquila. No fui cómplice, fui víctima. Como ella.

—¿A dónde vamos ahora? —pregunta Valentino cuando ya estamos de nuevo en el coche.

—Recoger mi maleta del hotel. Y después… vamos a comer algo —le respondo con una sonrisa cansada.

Todavía me queda una noche en el hotel, pero el vuelo sale de madrugada. No tengo prisa. Estoy aprovechando estas últimas horas para conocer un par de lugares más, sumar material para mis redes y, claro, convencer a Valentino de unirse a mi catálogo de recomendaciones como el “chofer estelar de NYC”.

En la habitación, reviso todo por última vez. No quiero dejar nada atrás. Ni objetos, ni recuerdos que me duelan. Ya no hay lágrimas, solo aprendizaje.

Abro la puerta con la intención de salir… y lo veo.

William.

Está ahí, parado frente a mí. Mis piernas flaquean, y mi primer instinto es retroceder, pero él da un paso hacia adelante, cerrando la puerta tras de sí. Nos quedamos atrapados entre los muros de una historia que ya no quiero seguir escribiendo.

—¿Qué… qué haces aquí? —pregunto con voz baja. Siento el corazón acelerado, pero esta vez no es emoción. Es miedo. Es rabia. Es decepción.

—Hola, amor —dice con esa sonrisa suya que una vez me hizo suspirar. Hoy solo me da escalofríos.

Y ahí lo supe. Esta historia todavía no ha terminado del todo.

Yor Dadeee

¡Hola! Espero les este gustando la historia, si es así dejamelo saber en los comentarios.

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