EVAN LYNCH
Gruñí contra su boca cuando su mano me acarició por encima del pantalón. ¡Demonios! Esta mujer eran todas mis ganas de pecar y mis deseos más perversos y lujuriosos enfundados en piel tersa y un sabor intenso a placer.
—¡Carajo, Annie! —exclamé tomándola por los muslos y levantándola, haciendo que sus largas piernas se enredaran en mi cintura—. Me vuelves loco —devoré su cuello con ansias, sintiendo como su cuerpo se retorcía.
—Vayamos a la primera habitación libre que encontremos —suplicó contra mi boca—. Necesito sexo salvaje con mi bestia.
—Como ordenes… —contesté contra sus labios, mientras dejaba que sus pies