FREYA
No sabía si el corazón me latía por tristeza, por nervios o por ese nudo que tenía en el pecho desde que vi regresar a Leif tan herido. Pero allí estaba, a su lado, sentada en el borde de su cama mientras él intentaba esbozar una sonrisa a pesar de las heridas que recorrían su rostro.
—Gracias por todo, Freya —dijo en voz baja, pero firme—. Por quedarte, por cuidarme, por no dejarme solo.
Le apreté la mano con suavidad. —Cuentas conmigo, Leif. Siempre. Has perdido a tu hermana, a tu manada, y no pienso darte la espalda.
Mi voz temblaba un poco, pero era sincera. No había mucha gente en mi vida que hubiera estado cuando más lo necesitaba, y Leif, de alguna forma, se había ganado un rincón de mi corazón. Pero no estaba preparada para lo que vino después.
Leif giró su cuerpo con dificultad, se sentó un poco en la cama y tomó mis manos con una intención que antes no había sentido en él.
—Freya, sé que eres una mujer casada, sé que Caleb es tu compañero, pero necesitaba decirte esto.