ASTRID
Las llamas danzaban en la distancia, altas, salvajes… como si el fuego mismo llorara conmigo. Observaba cómo los cuerpos de Magnus e Ingrid eran consumidos por el fuego purificador, y sin embargo, todo dentro de mí seguía cubierto de una escarcha amarga. Aquel calor no era suficiente para disipar el frío en mi alma.
Me aferraba a la mano de Ronan como si de ella dependiera mi última chispa de humanidad.
Todo en mí estaba roto, desgarrado, pero aun así permanecía de pie.
El crepitar del fuego me recordaba el sufrimiento que Magnus me causó, el daño que le hizo a muchas personas a las cuales quise.
Vi cómo el rostro de Magnus se desfiguraba en las llamas, finalmente silenciado por algo más grande que su odio. Ingrid, a su lado, su maldad y ambición hicieron también hicieron daño.
Murió atrapada en su propia oscuridad. Y aun así, parte de mí lloraba por ella. Porque alguna vez tuve aprecio por ella.
—Aunque Magnus esté muerto —susurré con la voz quebrada, apenas un eco de mí