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El corazón me retumbaba en el pecho, atronando como un tambor de guerra, al ritmo de la locura que nos rodeaba. Los sonidos de la batalla me envolvían: gritos de guerra, aullidos dolorosos, el chocar de colmillos y acero. Pero en medio de todo, solo una cosa ocupaba mi atención: Akmar.
Yacía a mi lado con la pata delantera cubierta de sangre. Su cuerpo temblaba, y cada vez que intentaba moverse, un rugido bajo y lleno de dolor emergía desde lo más profundo de su garganta. Me arrodillé a su lado, presionando la herida con ambas manos, sintiendo la sangre tibia empapar mis dedos.
—Resiste, amigo… resiste —susurré, mis labios temblorosos. El rugido grave que me respondió fue mitad rabia, mitad súplica. Akmar no era solo mi guardián. Era mi otra mitad, y verlo así me partía el alma.
Alcé la vista y lo vi. A unos metros de distancia, una escena imposible se desplegaba frente a mis ojos: Lucian, con los colmillos ensangrentados, se cernía sobre Astrid, su madre adoptiva, la mujer qu