La camioneta se detuvo bruscamente. Las chicas a mi alrededor se agitaron, susurrando entre ellas, algunas con miedo, otras con una extraña resignación. Las puertas traseras se abrieron de golpe, y la luz del exterior inundó el interior del vehículo.
Parpadeé, tratando de adaptar mis ojos a la claridad. Afuera, se extendía un paisaje vasto y desolado: una enorme granja, con campos que parecían no tener fin. No había casas a la vista, solo aquel lugar, rodeado de soledad.
Las chicas comenzaron a bajar, una por una, algunas temblando, otras con la mirada perdida. Yo me quedé atrás, observando, tratando de entender qué era este lugar. ¿Era realmente un refugio, como había dicho el hombre de la camioneta? ¿O era otra clase de trampa?
Cuando finalmente bajé, sentí el suelo firme bajo mis pies. El aire olía a tierra húmeda y a hierba fresca, pero también a algo más, algo que no podía identificar. Caminé lentamente, mirando a mi alrededor, tratando de encontrar alguna señal que me dijera qué