Syla, su loba interna, se dejó sentir de pronto.
«Él no está. No lo puedo sentir cerca. No lo puedo oler en esta habitación.»
Ayseli tragó saliva, con el ceño aún más fruncido.
—Últimamente eres más sensible a él… —susurró ella hacia dentro.
«Porque tú lo eres», replicó la loba en su mente.
Ella se llevó la mano a la nuca, acariciando la marca feroz de la mordida que ese macho le había dejado. La piel ahí ardía con un calor extraño, un recordatorio de que ella tenía un macho, le pertenecía a alguien.
—Lo odio —dijo Ayseli entre dientes—. Me llena de furia… Pero al mismo tiempo no puedo odiarlo. Es confuso… ¿Significa que él se sentirá igual si yo lo muerdo así? ¿Si quiera puedo hacer eso? ¿Marcar? —le preguntó Ayseli a su loba.
«Somos una loba lunar. Posiblemente no podamos, y la marca no tenga efecto alguno… Aunque se dice que el vínculo de los lobos no está completo si no se marcan mutuamente… Pero. Aunque sea posible, no deberíamos… ¿Y sí algo cambia?, no podemos