La tarde caía sobre el valle del norte, tiñendo las montañas de un color rojizo que parecía un presagio. El entrenamiento había terminado hace poco, y las cuatro lobas descansaban en la casa principal bajo la vigilancia de Lara y Héctor. Lyra aún sentía las sombras vibrar bajo su piel, Selene masajeaba sus brazos fríos, Kariane intentaba que sus manos dejaran de temblar por el exceso de calor, y Zoe dormía profundamente, exhausta, abrazada a una manta.
Mientras tanto, Draven y Alaric caminaban hacia el extremo más alto del valle, donde la señal era más estable. El viento helado les golpeaba el rostro, pero no les importaba. Había urgencia en sus pasos.
Cuando llegaron a la roca de comunicación —un punto alto donde se instalaban los teléfonos satelitales— Draven sacó su móvil y marcó.
El tono sonó solo una vez.
—Hijos —respondió la voz profunda del Rey Darius—. Infórmenme.
Alaric dio un paso adelante.
—Padre. Las cuatro lobas… ya despertaron. O casi. Zoe apenas está iniciando, pero tod