La Roja seguía temblando cuando Lyra la levantó del suelo. Sus ojos, aún encendidos, buscaban algo firme, algo real que la anclara al mundo. Lyra le pasó un brazo por los hombros y la sostuvo contra su pecho.
—Vamos —susurró con una calma que no sabía que poseía—. Necesitas descansar.
La joven asintió débilmente, exhausta tras su despertar incompleto. Su piel ardía todavía, pero ya no con el fuego mortal de antes… sino con un calor constante, profundo, como si un pequeño sol latiera dentro de ella.
Los pasillos de roca de la fortaleza vibraban con el eco de la reciente batalla. Guerreros Hierro Sombrío aparecían en cada esquina: algunos con heridas, otros cargando armas, otros simplemente observando con miedo contenido a la chica que Lyra llevaba entre los brazos.
Ninguno la quiso mirar directamente. Ninguno quiso acercarse.
Lyra lo notó.
Y también lo sintió Kariane.
Ese fue el nombre que Lyra escogió sin pensarlo.
O quizás, no fue ella.
Quizás la luna misma lo susurró en su oído.
—¿C