El rugido volvió a retumbar, más fuerte, más cercano.
Las paredes de roca vibraron, y las cadenas de la celda tintinearon como huesos chocando en la oscuridad.
Lyra apretó la mano de la omega, que temblaba como una hoja.
El calor que emanaba de la chica era imposible de ignorar, como si una brasa ardiera bajo su piel.
Detrás de Lyra, las alarmas del complejo comenzaron a sonar: un ulular metálico, repetitivo, acompañado por luces rojas que inundaron los túneles subterráneos.
—¡Código Carmesí! ¡Código Carmesí! —gritó uno de los soldados Hierro Sombrío por el intercomunicador—. ¡Intrusos en el perímetro este! ¡Se mueven bajo tierra!
El alfa de la manada palideció.
—No puede ser… ellos no pueden entrar en roca sólida…
Alaric se giró hacia él con una mirada dura.
—Pues ya entraron.
Otro estruendo sacudió la tierra.
Esta vez, fragmentos de roca cayeron del techo.
Lyra colocó su cuerpo delante de la chica, instintivamente protectora.
Draven se transformó parcialmente, sus ojos dorados brilla