La lluvia fina seguía cayendo cuando Lyra volvió al SUV. Aunque el aire fresco alentaba la piel, la tensión en el ambiente no disminuía. La naturaleza entera había cambiado su ritmo, sus latidos y su respiración. Estaban a minutos, quizá menos, del despertar de la segunda hija de los dioses.
Kariane estaba en el asiento trasero, aún envuelta en una manta térmica. Su cabello rojizo seguía húmedo a pesar del calor interior del vehículo, y sus ojos encendidos —mitad fuego, mitad inocencia— la miraron apenas Lyra abrió la puerta.
—¿Estás bien? —preguntó Lyra mientras se acomodaba a su lado cuando Draven y Alaric fueron a negociar el paso con el alfa de los Ríos Verdes.
Kariane dudó un instante.
—Sí… supongo.
Pero Lyra sabía que no era verdad. La Roja estaba temblorosa, no como antes por la energía descontrolada, sino por incertidumbre.
—Puedes hablar conmigo —dijo Lyra mientras cerraba la puerta para darles privacidad—. Nadie va a juzgarte aquí.
Kariane bajó la mirada, sus dedos entrelazá