Valentina abrió aquella carta y comenzó a leer en voz baja.
—Querida nuera, sabes que te quiero como a una hija y es por eso que no quise lastimarte al contarte sobre mi enfermedad, no quería ser una carga para ti. He querido confesarte un gran secreto, pero quizá te alejes de mí y me separes de mis nietos. Es por eso que, ahora que según mi estado de salud, yo ya no esté presente, te diré que: mi hijo está con vida.
Sus manos temblaron, el papel cayó al suelo y ella se sentó sobre la cama. No lo podía creer, no asimilaba que su suegra y Cristian le hubieran tenido engañada de esa manera.
—No. Estos deben ser delirios de ella, producto de su enfermedad—. Dedujo en su mente. Volvió a tranquilizarse. Iba a retomar la lectura pero en ese momento uno de los trillizos llegó.
—Mamá. ¿Podemos ir con el tío Cristian, al cine, esta tarde?
—¿Se lo han pedido ustedes al tío, o él se los ha propuesto?
El niño se quedó pensando por un momento, como si dudara de su respuesta.
—Le hemos dicho nosotr