La batalla había comenzado. Frente a los colosales monstruos marinos, Argos, el rey de Marabí, no podía permanecer inmóvil. Ver a su hijo luchar solo removía algo profundo en su pecho. Quizás el verdadero enemigo también estaría fuera... pero su hijo estaba ahí, y eso era razón más que suficiente para tomar las armas y unirse a la cacería.
Dante, al ver la firmeza en los ojos de su padre, no dudó en seguirlo. Luchar junto a Archer no era solo un deber, era un honor.
—Por favor, tengan cuidado —la voz de Leila resonó como una orden disfrazada de súplica. No permitiría ni una sola pérdida más.
Apenas cruzaron el umbral de la barrera protectora, las criaturas se lanzaron sobre ellos con furia. No hubo tiempo para cerrar el paso. En medio del caos, dos aletas rápidas como sombras se deslizaron por la grieta abierta. Para cuando el escudo fue restablecido, ya era demasiado tarde: un par de ojos afilados observaban desde el corazón mismo del reino de Marabí.
— ¿Archer…? —la mirada cortante d