No Somos Humanos

—¿Realeza…? — sus palabras salieron entrecortadas, llenas de incredulidad — ¿De qué hablas, quien carajos eres?, ¿Por qué estás aquí? —lo interrogó, pero no obtuvo respuesta, su mente era un torbellino. ¿Cómo podía este hombre conocer su nombre?

El guerrero suspiró, como si no tuviera paciencia para explicaciones.

—No hay tiempo para esto. Me la llevaré… y tú podrás regresar a tu "mundo" — respondió el guerrero.

Archer apenas tuvo un segundo para reaccionar.

En un abrir y cerrar de ojos, el guerrero extendió una mano y un destello de magia envolvió a la nereida. Desapareció de su lado en un instante.

El guerrero miró el rostro de aquella joven y luego sus ojos recorrieron cada parte se su cuerpo, los ojos de aquel hombre mostraron tristeza y furia al mismo tiempo, pero… no había tiempo para más, él tenía que regresar.

Entonces comenzó a caminar hacia el agua, sumergiéndose lentamente con la nereida en sus brazos. Archer intentó correr tras él, pero Dante lo detuvo de un fuerte tirón firme.

— ¡Regresa! — rugió Archer en dirección del hombre tratando de liberarse de las manos de Dante —  ¡¿Quiénes son ustedes?!, ¡¿De dónde vienen?!

¡Archer, cálmate! — Dante lo sujetó con fuerza, su voz intentando aplacar su furia — por un carajo. ¡Ellos no son como nosotros!, ¡deja que se vaya o no saldremos vivos!

El guerrero se detuvo. Por un momento, pareció debatirse consigo mismo. Luego, con un suspiro pesado, se volvió hacia ellos. Su mirada era sombría, pero también cargada de algo que Archer no supo descifrar, ¿quizás odio? Lo cual era imposible ya que apenas se acaban de conocer, o eso era lo que Archer pensaba.

— La nereida que yace en mis brazos… —dijo con gravedad el guerrero mirando fijamente a Archer— es mi PROMETIDA.

El silencio cayó como una guillotina.

Antes de que pudiera articular palabra, el guerrero se giró y se adentró en las profundidades del mar.

Fue en ese instante, cuando la oscuridad del agua lo envolvió, que su silueta cambió.

Donde antes hubo piernas, ahora una enorme cola de color azul plateado muy brillante rompía la superficie del agua en un latigazo final.

Archer contuvo la respiración y supo que aquel hombre también era parte del reino sirénido.

El mar quedó completamente quieto tras su partida. La luna, alta en el cielo, iluminaba la superficie con un resplandor azul brillante, como si el océano intentara guardar para sí el secreto de lo ocurrido.

La brisa era fresca, calmada, en contraste con la tormenta que ambos llevaban en el pecho.

Archer y Dante permanecieron sentados en la arena, sin hablar, sin moverse, con la mirada fija en el horizonte.

Tal vez esperaban que el guerrero emergiera de las profundidades. Tal vez esperaban despertar y descubrir que todo había sido un mal sueño.

Pero la realidad los golpeó sin piedad cuando el primer destello del amanecer tiñó el cielo de dorado. El sol ascendía implacable, marcando el inicio de un nuevo día… y con él, la certeza de que nada volvería a ser igual.

Archer se había quedado dormido en la arena, vencido por el agotamiento y la confusión. Al despertar, parpadeó somnoliento y dirigió su mirada a donde supuestamente su amigo estaría durmiendo, pero no lo encontró, buscó con la mirada y logró verlo de espaldas muy cerca a la orilla de mar. Algo en su amigo estaba mal. Demasiado mal.

— ¿Qué pasa? — preguntó, poniéndose de pie para alcanzarlo y se detuvo justo a un paso de él.

Dante Respiró hondo. Tenía que contarle.

— Archer… —su voz era baja, tensa, cargada de algo que le quemaba por dentro — A llegado el momento de conocer la verdad.

Archer frunció el ceño.

— ¿De qué verdad estás hablando? 

Dante que aún permanecía de espalas a él, continúo hablando.

No somos humanos.

El mundo pareció detenerse.

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