Capítulo 131. Las cenizas del error.
Dante
El peso de la culpa me aplastaba. Mi mente estaba atrapada en un torbellino de pensamientos, cada uno más doloroso que el anterior. Mientras me encontraba allí, de pie, mirando a Verónica, la culpa por lo que le hice a Elizaveta me quemaba, como si me hubiera arrojado una antorcha encendida.
No podía deshacer lo que había hecho. No podía dejar de pensar en ella, tirada en el suelo, el rostro marcado del dolor por mi brutalidad. Me atormentaba en lo más profundo de mi ser.
"¿Cómo pude destruirla de esa manera?", me pregunté a mí mismo una y otra vez, aunque sabía que no había respuesta. No había justificación. No había excusas para lo que había hecho.
Verónica, con su mirada fría y calculadora, me observaba en silencio. Yo no quería verla. No quería que alguien me viera como lo que realmente era: un hombre roto, un hombre que había arrasado con la persona que le había provocado una atracción que nunca antes había sentido por ninguna mujer.
Pero lo hice por miedo, miedo de en