Atina
Cada paso que daba Romeo era una transformación. Los candelabros se elevaban, los cristales rotos se reorganizaban formando nuevos y más brillantes patrones, las chimeneas se encendían y rugían de alegría, las flores se desplegaban y florecían, y las cortinas se descorrían para dejar entrar la luz. No era el extravagante mundo de las maravillas de mis recuerdos de infancia, donde incluso el aire era mágico, pero sin duda fue un comienzo.
Afuera, el día se había convertido en tarde, y el cielo era una extensión amarilla con algunas nubes color bígaro. A lo lejos, los colores se desvanecían en un blanco lechoso y soñador, como si nos dirigiéramos hacia el corazón de una perla.
Seguí a Romeo por el pasillo y subí las escaleras de caracol, deseando que pudiéramos sentarnos a hablar. Quería saberlo todo. Todo lo que sent&ia