Atina
Me giré en el abrazo de Romeo, sintiendo la evidencia de su sexo goteando entre mis piernas, pero era la marca de la mordedura en mi nuca la que latía al ritmo de su corazón. Había leído sobre el apareamiento de hombres lobo en los libros, y estaba segura de que él también, ya que esos libros eran los que leíamos bajo este árbol.
—¿Qué hiciste?— pregunté, poniendo mi mano en mi cuello.
—Te he proclamado mi compañera —dijo mientras se subía los pantalones.
—Esto es imposible.—
Se inclinó y limpió con sus firmes palmas la parte interior de mis muslos húmedos, borrando la evidencia de nuestro tiempo juntos, pero mi cuerpo se tensó con un renovado deseo de tenerlo dentro de mí otra vez.
—No puede ser imposible ya que lo hice yo.— Se llevó las palmas a la