—Hunter—, ronroneó y luego le pasó un dedo por el pecho. Antes, eso habría puesto nervioso a su lobo y la habría atraído hacia sí. Iona era buenísima en la cama y solía calmarlo si los dejaba empapados de sudor. Hoy, sin embargo, no quería saber nada de ella. Su tacto le ponía los pelos de punta.
Él le agarró la mano y la detuvo antes de que pudiera bajar más. Le gustaba Iona. Era buena persona, una luchadora fantástica, excelente en la cama y no se tomaba demasiado en serio lo que tenían.
Pero él ya no la quería en su cama.
No desde que vio a Jade.
Sólo la idea de tener a Iona debajo de él hizo que su lobo gruñera y su polla se desinflara.
Iona frunció el ceño y le miró la entrepierna. —¿Qué pasa?—, preguntó, retirando la mano. Inclinó la