Jade
Anya me dio un trapeador y empecé a pasarlo por las huellas de barro del suelo de mármol. Eran enormes, mucho más grandes que las de cualquier perro.
Me hizo pensar en Hunter en su forma de lobo, tan enorme, con esos ojos brillantes, aterradores y hermosos a la vez. Su pelaje era cálido y suave, con músculos deslizándose bajo él; todo ese poder bajo mi mano.
—Entonces, ¿cómo es? —preguntó Anya en voz baja.
Miré hacia arriba y vi que los demás habían dejado de hacer lo que estaban haciendo para escuchar.
Me encogí de hombros, sintiendo que me ardían las mejillas. Era difícil hablar de él sin pensar en el vínculo y los antojos que inspiraba.
—Una dama no besa y cuenta—, bromeó Lark.
—Ni siquiera nos besamos—, me oí admitir.
—¿Qué? —preguntó Nina, agarrando el libro que acababa de coger.
—Voy a decir que no —les dije—. A él, quiero decir. Después de la tercera noche, puedo elegir. Y elijo quedarme aquí.
Los otros tres intercambiaron miradas.
—¿Qué?— pregunté.
—Mira, la verdad es que