Cosas que me gustaría saber.

El sábado no era su día favorito de la semana cuando se trataba de trabajar en la oficina. Por lo general, no se requería de su presencia a no ser que hubiera ocurrido algo de último momento el día anterior y eso fue exactamente lo que había pasado. Ingenuamente pensó que podría tratarse de una reunión urgente con algunos ejecutivos o empresarios, pero cuando comprobó la agenda, se dio cuenta de que todas las reuniones de carácter relevante seguían programadas para la próxima semana.

Honestamente, no podía hacer mucho más que estar allí y estar al pendiente de cualquier cosa. Además, había notado un cambio en su jefe en los últimos días. No tenía idea de lo que había sucedido, pero la naturaleza normalmente tranquila y seria del CEO Tanner había mutado a hosca y casi muda. Incluso había recibido un gruñido esta mañana cuando lo saludó, lo que estuvo increíblemente fuera de lugar. Su jefe no era un hombre hablador, pero no era grosero. Y estaba mal que ella tratara de justificar el humor desapacible de su jefe con el hecho de que este tuvo la grata visita de su hermano mayor hace días atrás.

Conoció a Francis, el hermano de su jefe, hace poco más de un año y el hombre le pareció una persona encantadora, con un humor hilarante. Mantuvo una breve conversación con Francis antes de que este ingresara a la oficina para asaltar a su hermano menor. Desde esa vez, oyó solo quejas o comentarios vagos por parte de su jefe. Sin embargo, le pareció algo lindo que Francis fuera sobre protector para con su hermano.

El teléfono sonó, provocándole un pequeño sobresalto. Pestañeó varias veces, volviendo en sí y dejando de lado sus reflexiones.

—Oficina del…

—Páseme con Tanner. —Frunció el ceño al oír la voz un poco enojada—. Necesito hablar con él. Ahora.

—Disculpe, ¿me podría brindar su nombre, por favor? —pidió, manteniendo un tono amable.

—Eso no le importa. Páseme con Tanner.

—Señor, el señor Tanner está en una reunión en estos momentos —informó, mirando hacia la puerta de la oficina de su jefe. No era una mentira. De hecho, su jefe estaba en una junta por videoconferencia con algunas personas importante de la industria automotriz.

La voz del otro lado del teléfono murmuró algo por lo bajo y, luego, soltó una risita un tanto sarcástica.

—Bueno, tenga por seguro que volveré a llamar y le conviene que me pase con su jefe.

—Puedo programar una cita, si lo desea —espetó, abriendo la agenda y buscando un hora libre—. ¿Señor?

—No necesito una cita. Necesito hablar con tu jefe ahora.

—Con el debido respeto, señor, le repito que…

—Repetirás la misma excusa. ¿Sabes? Estoy un poco cansado de que él esté evitando hablar conmigo. —Y ya no era un tono de voz enojado, era uno resignado—. No estoy enojado por lo que sucedió la otra noche y quiero que lo sepa.

—Señor, no estoy segura a lo que se refiere, pero, como le dije, puedo programar una cita y…

—No. No importa. Volveré a llamar en otro momento.

Y la llamada finalizó, sin saber quién era esa persona ni a qué se refería con eso de que no estaba enojado con su jefe.

—Bueno, Kitty, eso fue raro —murmuró, en torno al muñeco de felpa con forma de gato.

—¿Hablando con Kitty en horario de trabajo?

La voz de su jefe causó que se sobresaltara y dejara escapar un gritito por lo bajo. Su jefe estaba parado afuera de la puerta de su oficina, frunciendo el ceño mientras la miraba.

—Dios, señor, me asustó —profesó, inhalando hondo.

—No respondiste a mi pregunta.

Se sintió nuevamente impresionada por el extraño estado de ánimo que se había apoderado de su jefe. Quería preguntar qué pasaba, pero no sabía muy bien cómo hacerlo. A pesar de la comodidad del uno con el otro y la facilidad para mantener conversaciones esporádicamente, todavía existía esa brecha entre ellos.

—Solo hice un comentario. No estaba hablando —replicó, sintiéndose desconcertada y algo nerviosa.

—¿Quién llamó?

—Oh. No dijo su nombre, pero era un hombre —refutó, mirando el teléfono con nerviosismo.

No sabía por qué se estaba sintiendo nerviosa. Quizás era por el extraño comportamiento de su jefe para con ella. ¿Había hecho algo mal? ¿Se había olvidado de programar alguna reunión importante? Ciertamente, no tenía idea.

—¿Y qué quería?

—Hablar con usted. —Su ceño volvió a fruncirse, era un gesto que no podía controlar cuando algo no se sentía bien—. Le dije que usted estaba ocupado. Le ofrecí programar una cita, pero se negó. Mencionó algo sobre la noche anterior y que no estaba enojado con usted.

—Ah, sí. Estoy seguro de que ese fue Román. —Arqueó una ceja y su jefe negó con la cabeza—. Es un amigo que tenemos en común con Francis.

—Oh. Bueno, dijo que volvería a llamar —informó.

—Hablaré con él en otro momento y le recordaré que tiene cosas más importantes que hacer que perder mi tiempo y el tuyo.

Se removió en la silla, un poco más tranquila al saber, ahora, quién era esa persona que llamó, pero todavía incómoda con la irritación que podía escuchar en la voz de su jefe. No era propio del guapo hombre expresar algo como agravio. Una de las cosas favoritas de ella sobre trabajar para el CEO Tanner, además del cuidado genuino que tenía por todos y cada uno de los empleados que laboraban en Chrome Machine, era que parecía tener un pozo infinito de paciencia. Verlo irritable era… surrealista.

—Mhm, ¿señor?

—¿Sí?

—¿Está todo bien con usted? —preguntó, mirando fijamente los ojos del hombre.

Su jefe frunció el ceño y, en serio, fue inevitable para ella no entrecerrar los ojos.

—Sí, estoy bien. ¿Por qué?

—Porque no parece estar bien, señor.

—¿En serio?

—Sí, en serio. Sé que hemos compartido pequeñas charlas, pero hay cosas que no sé de usted. —«Cosas que me gustaría saber», pensó. Soltó una risita nerviosa y casi desvió la mirada—. Pero sé cómo es usted en el día a día. Y está como apagado. Ha estado apagado los últimos días. —Su jefe parpadeó varias veces, la sorpresa explícita en los ojos azul cielo y, por un segundo, ella creyó que su corazón saldría de su pecho por los frenéticos latidos que provocó ver al hombre un poco desconcertado.

Dios, temía porque algún día no pudiera controlar el huracán de sensaciones que afloraba en su interior al mirar al guapo y viril hombre que era su jefe.

—Oh. Pido disculpas por eso.

—Señor, no me tiene que pedir disculpas —profesó, esbozando una sonrisa amable—. ¿Algo va mal?

Su jefe negó con la cabeza, la sorpresa desapareció tras una expresión impasible.

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