62. DÁNDOLE SU LUGAR
MARGARETH
El sonido del agua fue lo primero que escuché.
Un murmullo constante, húmedo, casi hipnótico... como la lluvia golpeando contra un cristal.
Abrí los ojos lentamente, aún atrapada entre el sueño y la realidad.
Por un segundo no supe dónde estaba.
Y después, como un golpe suave pero certero, lo recordé.
La habitación no era mía.
La cama tampoco.
El calor a mi lado había sido... suyo.
Mi corazón dio un pequeño salto cuando comprendí quién estaba bajo esa ducha.
Riven.
Me incorporé con rapidez.
La imagen se formó sola en mi mente: él, con el cabello completamente mojado, el agua resbalando por su nuca, por sus hombros, por esa piel que parecía hecha para despertar tentaciones.
Y, para desgracia de mi autocontrol, mi imaginación decidió ir un poco más lejos.
La idea de estar con él bajo ese mismo chorro de agua me golpeó con la fuerza de un recuerdo —de mi otra vida, de lo que fui antes— reviviendo sensaciones que creía enterradas.
El contraste del agua fría sobre la piel,
el cal