35. CORAZONES QUE SUFREN
LIZZY
Apenas crucé la puerta de mi habitación, la cerré con fuerza y apoyé mi espalda contra ella para no caer.
Adeline llegó detrás de mí casi de inmediato, con el ceño fruncido y preocupación en los ojos.
—No la entiendo, señorita... —dijo con cautela—. Hasta hace poco, el príncipe era su sueño.
La miré, sintiendo cómo mi corazón se estrujaba ante sus palabras.
Tiene razón.
Ese fue mi sueño... pero ya no lo es.
—Creo que desperté... y dejé de soñar —susurré.
Al cerrar los ojos, las lágrimas escaparon sin que pudiera detenerlas, bajando por mis mejillas como si quisieran exhibir mi vergüenza ante el mundo.
Adeline se apresuró a rodearme con sus brazos.
—Ay, señorita... no se ponga así —murmuró, intentando reconfortarme.
Pero el nudo que llevaba en el pecho explotó en un sollozo ahogado.
—Él ya no debe querer verme... —mi voz se quebró—. Luis, me odia.
—El conde Renard no la odia —me interrumpió enseguida—. Si de verdad estaba interesado en usted... si de verdad la ama... debe estar