34. LO QUE NUNCA DEBIÓ SER
LIAM
Hoy realmente necesitaba el entrenamiento.
El sudor se deslizó por mi espalda y mis músculos ardían como exigiéndome sensatez.
Quizás, si agotaba el cuerpo, podría dominar las ideas caóticas que me rondan.
—Hoy está motivado, Excelencia —comentó el comandante, satisfecho—. Eso obliga a todos a estar a su altura.
Hice un gesto seco en respuesta y luego un simple, "gran trabajo", a todo el grupo.
Si supiera que esta motivación nace de la confusión más absurda...
Un baño breve y ropa impecable después, ya estaba escuchando a mi padre impartir justicia.
Casos dolorosos, desgarradores... vidas en nuestras manos.
Un hombre alcoholizado que casi quita la vida a su propio hijo.
Una comunidad entera desaparecida, como si el mundo se la hubiera tragado.
Pero ni siquiera esa gravedad lograba expulsar a Lizzy de mis pensamientos.
¿Por qué ella?
Hasta hace poco, Margareth era luz suficiente para llenar mi mente.
Yo estaba decidido a arreglar las cosas, a demostrarle que la quería a mi lado.
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