2. LA ABUELA

Aunque llevo una semana viviendo dentro de esta realidad, una parte de mí se negaba a aceptarla. Intenté de todo para despertar, pero solo obtuve dolor y marcas rosas en mi ahora infantil piel. Para mi desgracia, cada día que pasa hace que esto se sienta más real, a tal punto que, al final del séptimo día, debí admitirlo: morí en mi mundo y reencarné dentro de la última novela que leí, Un amor real.

Para mi mala fortuna, seré la villana: Lady Margareth Nolan, y pronto estaré comprometida en matrimonio con el príncipe heredero, Liam Sareth de Noxmar.

Quisiera creer que esto no es real, pero lo estoy viviendo, y en definitiva no quiero morir como lo hizo la villana original. Cada vez son más los recuerdos de ella que se agolpan en mi cabeza, y no se parecen en nada a lo que leí. El odio y el deseo de venganza burbujean en mi pecho, como si esa realidad en verdad fuera mía.

Entonces lo decidí: si debo ser Lady Margareth, juro que no tendré ese infame final. Juro que, si tengo que ser la villana de la historia, seré una mejor villana que la anterior. Una más inteligente y menos enamorada del oxigenado ese del príncipe.

Aquella noche tomé hoja y papel —aunque lo más indicado es decir pluma y papel— y escribí los puntos importantes que recordaba de la historia. Empecé a trazar un plan. No tengo experiencia en esto, pero gracias a los animes de esta temática cuento con muy buenas ideas.

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La abuela de Elizabeth llegó desde el condado apenas supo de su accidente. Este personaje apareció solo en el tramo inicial de la versión original. Ella fue quien aseguró el compromiso de su nieta mayor con el príncipe. Murió cuando Lady Margareth ya era adulta, y dejó el título y sus bienes a su único hijo: mi padre.

—Me alegra saber que no fue tan grave como todos decían —afirma, envolviéndome en un abrazo cálido y, sorpresivamente, reconfortante—. Solo necesitas un poco más de reposo.

Es extraño... pero esta mujer, prácticamente una desconocida, ha sido la primera en mostrar una preocupación sincera por mí —es decir, por Margareth—. Aunque morí en mi vida real a los dieciocho años, siento que ahora tengo también algunas de las necesidades normales de una niña: necesito afecto y dulces.

Mis supuestos padres apenas se asomaron a mi habitación después de despertarme; no hubo caricias ni palabras de alivio, solo un severo regaño por mi "imprudencia" al acercarme a un caballo. Ni un abrazo. Ni una mirada compasiva.

De pronto, una niña dos años menor irrumpe en el salón donde mi abuela y yo compartimos el té. Como toda buena protagonista, es hermosa. Su rostro angelical está enmarcado por una cascada de cabellos rubios, y su sonrisa luminosa, junto a esos ojos grises, evocan pureza e inocencia.

—Vamos a jugar, hermana —dice alegremente, sin saludar ni mirar a la abuela. Tira de la manga de mi vestido con tanta fuerza que me hace volcar el té caliente encima.

—¡Ya te dije que no puedo correr! —le espeto, molesta, mientras ella rompe en llanto como si fuera la víctima.

En ese momento, mi madre entra a la habitación.

—Margareth, ve a cambiarte —ordena mi abuela sin siquiera mirar a mi madre—. Una señorita debe mantenerse siempre impecable.

Luego, vuelve sus ojos a la niña.

—Y tú, Lizzy, compórtate. Tu hermana está convaleciente y... ¿acaso no te sirven esos ojos? ¿No viste que estábamos ocupadas?

Me asombra la dureza de sus palabras. Hago una reverencia antes de retirarme —sí, por absurdo que parezca, conozco los protocolos de conducta a la perfección—.

—Por favor, duquesa, no sea tan severa con ella... es solo una niña —musita mi madre, con una sumisión que no le conocía.

—Entonces ya va siendo hora de que le enseñes modales —responde la abuela con frialdad—. No quiero que se convierta en una vergüenza para esta familia.

Es lo último que escucho antes de salir. Lizzy, aun temblando por el regaño, me sigue.

—Debes aprender a aceptar un "no" —le digo, sin mirar atrás.

Sus ojos aún están llorosos. Si no supiera lo que sé... si no supiera que dentro de algunos años enamorará a mi prometido y me condenará a la ejecución, quizás le tendría compasión. Pero no. No más cercanía, no más afecto. Esa cría no tendrá nada bueno de mí. Si de todas formas voy a ser la mala, le daré razones para que me llamen así.

—La abuela está regañando a mamá —murmura con asombro.

Entonces, recuerdos que no me pertenecen invaden otra vez mi mente. Me veo esforzándome en los estudios, luchando por destacar y dejar en alto el nombre de la familia, mientras ella no hace más que interrumpirme, ir de compras y ganarse a todos con su cara de víctima. Entiendo por qué la abuela no aprecia a mamá: la está criando con indulgencia. Ha confundido el afecto con la permisividad.

—Es por tu culpa —le digo con frialdad—. Deberías concentrarte en tus lecciones y dejar los juegos para después.

Cierro la puerta de mi habitación dejándola afuera.

Mientras elijo un vestido limpio, reflexiono. No me siento bien tratando así a una niña, pues mi yo adulta susurra que ella aún no ha hecho nada malo. Me gustaría más consentirla y jugar con ella.

Juego con las arandelas de mis mangas mientras lo pienso. ¿Qué haré realmente? Y si me gano su confianza y admiración, ¿la historia sería diferente?

No tengo certeza. Pero la escena de mi cabeza rodando y cayendo dentro de una sucia canasta de madera me disuade. No estoy dispuesta a apostar mi vida por una posibilidad. Ese es un riesgo innecesario habiendo caminos más seguros para mí.

Soy una niña de diez años, básicamente, y falta mucho para que la historia real comience. Pero esta vez me aseguraré de no ser una pieza pasiva. Necesito prepararme, tener aliados. Necesito fuerza.

Y entonces la imagen de mi abuela regresa a mi mente. ¿Por qué tuvo tan pocas apariciones en la historia original? Es evidente que el verdadero poder no lo tiene mi padre... sino ella. La Condesa.

Estará unos días en la capital. Es mi oportunidad de averiguarlo.

A la mañana siguiente, ya estoy de vuelta en clases. La Margareth original era dedicada, sí... pero sumisa. Siempre agachó la cabeza ante su familia. Y esa fue su perdición.

Todo comenzó cediendo ante los caprichos de esa niña, y, sin notarlo, se volvieron obligaciones. Cada error suyo era mi culpa. Así empezó mi fama de "mala". Así nació la villana. En este reinicio Margareth, es decir yo, no volveré a ser culpada por las faltas que cometa esa niña. Recuerdo cuando rompió la vajilla fina y fui yo la castigada por "no cuidarla adecuadamente".

Un libro en mi mano y un plato con uvas a mi costado marcaban el inicio de lo que serán años de arduo trabajo: conocimiento, conexiones... y aprender magia.

—Ya te dije que no —repito con firmeza mientras cierro de golpe el libro—. Tengo cosas que hacer. Y tú también. La tutora está en casa todo el día, pero soy la única que la aprovecha.

—¿Qué te pasa? Nunca habías sido así de fría con tu hermana. Es solo una niña —interviene mamá, apartando su bordado—. Sal y juega con ella. No hay motivo para que seas así de cruel.

Estoy a punto de contestar cuando mi abuela entra al salón, acompañada de mi padre.

—¿Ves a lo que me refiero, Marcus? —dice con desdén—. ¿Por qué esa otra niña no estudia? Solo interfiere en la formación de Margareth.

Sus palabras son un alivio. Por primera vez, alguien me defiende.

—Lo solucionaré, madre —responde mi padre, lanzando una mirada severa a mamá.

—Veo que ya estás lista, Margareth. Marcus, ¿puedo llevar a Margareth conmigo? —pregunta la abuela a mi padre.

—Claro, madre. Como gustes.

—¿A dónde la llevas? —pregunta mamá, su voz teñida de fingido interés.

—Al palacio. Debo presentarme ante los reyes y no quiero ir sola.

Mi corazón late con fuerza. El primer gran acto de esta historia ha comenzado. Conoceré a la reina... y ella quedará tan encantada conmigo que me presentará al príncipe.

Antes de salir, veo cómo mamá aprieta las manos con impotencia.

Sigo a la abuela y durante el viaje tenemos una agradable plática.

—En mi último viaje eras una niña muy callada. Solo hablabas cuando te preguntaban algo. Me alegra ver que estás madurando como debe ser —dijo la mujer al bajar del carruaje, a la entrada del hermoso palacio de altas torres y adornos dorados.

Un paje nos saluda con cortesía y nos escolta hasta un jardín en el que se lleva a cabo una gran fiesta de té.

Una cosa es leer el libro e imaginar la opulencia de un palacio y los colores vibrantes que describe el escritor, y otra muy diferente es vivir todo eso. A lo que antes había imaginado debo sumarle el delicioso aroma y la suave brisa. Al ingresar, de verdad me siento más como una niña. Quiero saltar, reír y llorar, todo al mismo tiempo, pues en este instante estoy viviendo el sueño de cualquier lector.

Sé que posiblemente tenga una muerte horrible, pero falta mucho para eso. Este es el pedazo de sueño que engañó a la primera Margareth.

Sí, la primera Margareth se enamoró perdidamente a los diez años. La pobre nunca tuvo oportunidad de otro destino.

Aunque camino erguida al lado de mi abuela, estoy tentada a tocarlo todo. Quiero meterme en la boca cada postre de la mesa de bocadillos. Pero mi parte adulta me i***a a estar atenta y no cometer errores.

Inicialmente pensé en evitar el compromiso: si nunca me comprometo, mi hermana no tendrá nada que romper y no seré ejecutada. Pero la promesa hecha antes de la ejecución me detiene. Prometí que les haría pagar a los dos, y así va a suceder.

Este encuentro es crucial y debe pasar. Debo ser la prometida del príncipe Liam y no enamorarme perdidamente de él. Todo se definirá en unos minutos, cuando por fin lo conozca... y pueda demostrar que soy distinta a la Margareth anterior.

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