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3. ¿Y SI ME ALÍO CON EL VILLANO FINAL?

—Su majestad —mi abuela inclina el torso con una reverencia impecable, la sonrisa le ilumina el rostro. Yo sigo su ejemplo, cuidando cada movimiento—, es un honor volver a verla.

La reina devuelve el gesto. Por un instante, juro ver un destello de nostalgia en sus ojos. Tiene la edad de mi madre, quizá un poco más, pero en su mirada hay una calidez que de mi madre nunca recibí.

—Es un gusto para mí volver a verla, duquesa Nolan. Y veo que llega usted muy bien acompañada. ¿Quién es esta señorita? —pregunta, fijando en mí su atención.

El brillo de orgullo en los ojos de mi abuela me hace sentir extraña. ¿Contenta? ¿Aceptada?

—Esta señorita es mi nieta, Lady Margareth. Hoy me honra como dama de compañía —declara con un gozo sereno.

Bajo la vista. Mis manos se enlazan sobre la falda, tensas. No debo mirar a la reina más de unos segundos; el protocolo es algo muy claro que me dejó la dueña de este cuerpo.

—Veo que tiene buen temperamento y modales exquisitos —dice la reina, mientras su mirada recorre disimuladamente el jardín, donde otras niñas corren, saquean la mesa de bocadillos y olvidan todo decoro.

La comparación me sorprende. ¿Nadie más alcanzó las expectativas de la reina? Yo permanezco quieta por la misión que me sostiene; la otra Margareth, quizás, lo habría hecho por obediencia. Un pensamiento me golpea: Solo ella podía ser la prometida del príncipe.

La reina mueve apenas una mano, y la dama a su lado se retira con discreción. El asiento vacío es para mi abuela, que lo recibe con una reverencia ligera y una sonrisa imposible de disimular. Pronto charlan como viejas confidentes. Yo, mientras tanto, disimulo mi atención probando un pastelito con el té.

Mis ojos viajan inquietos por el jardín. No puedo alejarme sin el permiso de la abuela, así que robo instantes a escondidas: el color de las flores, la música de las risas, el cantar de las aves a la distancia.

—Saludos, madre —una voz clara me hace girar antes de pensarlo.

Es un niño de cabellos dorados, de ojos tan azules que parecen atrapados por la luz. La sonrisa que regala a todas nosotras me sacude el pecho con un temblor inesperado.

—Hola, mi niño. Ven aquí —la reina extiende el brazo, y él corre a ocupar el hueco junto a ella.

Las presentaciones comienzan por mi abuela y por mí, y continúan por la mesa. Algunas niñas apenas contienen la risa nerviosa: ya lo conocen, ya lo esperan. Estoy segura de que sus madres las traen con frecuencia esperando comprometerlas con alguno de los príncipes.

Levanto la mano y me golpeo la frente. ¿Cómo pude olvidarlo? Al inicio del libro, Liam no es el heredero. Él es el segundo príncipe. El trono pertenece a su hermano mayor, Riven.

Pronto sus poderes despertarán, y con ellos los rumores de demonio. Rumores que lo apartarán del trono y lo condenarán a otro destino.

Nadie sabe de dónde inician esos rumores, pero causan tanto daño que él mismo dimite su derecho al trono. En el futuro, el príncipe Riven prestará sus valiosos servicios a la corona y se convierte en un gran comandante que ayuda a terminar rápidamente una guerra entre reinos. Por ello, le entregarán el ducado de Caelthor.

—Si quieres ir a conocer, y la duquesa lo permite, ve, querida — dice la reina al notar mi interés anterior en el jardín.

No puedo evitar mirar a mi abuela y regalarle una mirada suplicante, la cual se convierte en una sonrisa cuando, con un suave ademán de cabeza, me da su autorización.

—Liam, acompaña a Lady Margareth —dispone la reina.

El príncipe asiente con gracia estudiada, sonríe, y los suspiros alrededor me obligan a contener un bufido. Será de esos hombres que saben lo que provocan y lo disfrutan.

Sin duda eso, y el alto título de nobleza, le garantizará una agitada vida amorosa dentro de unos cuantos años.

Camino a su lado, pero también rodeada por otro grupo de niñas que lo atosigan . Después de un par de minutos, la situación me parece tonta y en parte mi mágica fascinación por el niño, se desvanece. Me separo del grupo. Estoy segura de que no notará mi ausencia, sino hasta mucho después.

Camino con un objetivo fijo: encontrar la fuente. Según los libros, en este tipo de jardines hay fuentes enormes y hermosas en las que llegan a refrescarse aves magníficas. Quiero verlas. Pero en lugar de ello, encuentro algo mejor.

Un muchacho, sentado con un libro en las manos. Cabello oscuro que el sol enciende con reflejos rojizos, ojos rojos que no apartan de la página hasta que mi voz los reclama:

—Tienes unos ojos increíbles.

Me tapo la boca al instante, horrorizada por mi atrevimiento.

Él me observa en silencio, con una calma que resulta extraña en alguien tan joven.

—Perdón... buscaba la fuente.

Señala un sendero empedrado sin más palabra. Mi corazón se aloca como no recuerdo me hubiera pasado antes. Hago una reverencia para retirarme, pero su voz me detiene:

—¿No te asusto?

Alzo la vista, confundida. ¿Por qué habría de asustarme? Entonces, escucho pasos.

—Lady Margareth, la estaba buscando —Liam aparece con su séquito de admiradoras. Su mirada se clava en el otro chico—. Hermano, ¿hace cuánto llegaste?

Hermano.

Mi corazón tropieza. Ese no es el duque que recuerdo de los libros, el de cabello rojo ardiente. Pero los ojos... sin duda esos son.

—Hace rato. Quería leer un poco —responde el muchacho, levantando su libro.

Balbuceo una presentación atropellada y me inclino con reverencia perfecta:

—Es un honor, alteza. Soy Margareth Nolan, nieta de la duquesa.

Él me observa con un matiz extraño, hasta que su atención se desliza más allá de mí. Giro apenas y descubro a las demás niñas apiñadas detrás de Liam, temblorosas. Un murmullo corre entre ellas: los ojos del príncipe heredero son aterradores.

A mí no me lo parecen.

—Nos retiramos, hermano —ordena Liam—. Lady Margareth, continuemos. Y, por favor, no vuelva a perderse.

Su tono me irrita, pero sonrío con dulzura fingida.

—No me perdí, alteza. Solo buscaba la fuente. Su hermano ya me la ha indicado.

Puede que sea mi imaginación, pero en ese instante la mirada de Riven brilla, y una flor a su lado se abre lentamente.

Este encuentro nunca ocurrió en la historia original. La otra Margareth jamás se apartó del rebaño. Murió sin cruzar camino con el futuro duque de Caelthor.

El chico que todos llaman monstruo. El supuesto demonio. El villano destinado a morir contra su propio hermano.

Una idea peligrosa me atraviesa como un relámpago.

¿Y si me alío con el villano final del libro?

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