Capítulo cincuenta y siete. Todo nos lo merecemos.
El desayuno en el hotel llegó acompañado del aroma a café recién hecho, pan caliente y risas espontáneas. Millie exigió ocupar el lugar junto a la ventana “porque quería ver si pasaban sirenas en el mar”, y Kyan, como era de esperarse, obedeció con falsa solemnidad.
—No veo ninguna sirena todavía —dijo la niña, sorbiendo el jugo con fuerza—. Pero sí vi una gaviota que parecía enojada.
—Quizá tenía problemas con su pareja —sugirió Nicole, sonriendo detrás de su taza de té.
Kyan le guiñó un ojo a su hija.
—O quizás estaba celosa porque mamá dijo que sí.
Millie se irguió en la silla.
—¡Ya sé! ¡Cuando se casen, podemos invitar a todas las gaviotas del pueblo!
—Solo si no gritan durante los votos —dijo Nicole.
Después del desayuno, salieron a caminar por el mercado local, donde los puestos ofrecían desde pulseras tejidas hasta dulces caseros. Millie se probó sombreros, gafas gigantes y collares con caracoles. Kyan, por su parte, hizo todo