Santino se estaba vistiendo, sentado a la orilla de la cama, Venecia rodeo su espalda con sus manos y se quedó en ella percibiendo la mezcla de sus olores entrelazados. Su nariz recorrió su espalda hasta llegar a su nuca.
—Tenemos que irnos. —Comentó él.
Con sus zapatos preparados, Santino se levantó de la cama y buscó su franela que estaba tirada a unos metros de ella. La recogió y la miró tapada con las sábanas blancas arrugadas.
—¿Qué miras? —preguntó él.
Los ojos de ellas denotaban tristeza y decepción, bajó su mirada y permaneció allí, sin decir más nada. La música apenas se escuchaba, el ambiente cada vez se calmaba, las luces volvieron a ser normales a los ojos de ellos y la aceptación por la realidad volvió a ser de las suyas.
—Quiero quedarme.
—Sabes que no puedes.—Respondió él.
—Nunca puedo.—replicó ella.
Sus miradas eran amenazadoras, la suavidad y la pasión que hace minutos tenía había desaparecido. Las cenizas sólo quedaban de