Ophelia Fertinelli es una joven y talentosa pintora que ha logrado abrir su propia galería de arte. Pero, detrás de su aparente éxito, se esconde un oscuro pasado lleno de lujuria y dolor que ha tratado de dejar atrás desde que decidió cambiar su vida. Sin embargo, su pasado la alcanza cuando recibe una carta de su antiguo amo, que la obliga a recordar las experiencias que había tratado de olvidar. Por otro lado, está Marco, un hombre guapo, fuerte y misterioso que busca venganza contra un hombre al que sólo conoce por el nombre de Oscuro. Las circunstancias llevan a que Marco y Ophelia se encuentren en una vorágine de placeres, lazos, contratos y venganza. A medida que se conocen, ambos comienzan a enfrentar sus demonios internos y a luchar contra sus prejuicios y temores, mientras se adentran en una relación BDSM que desafía los límites del dolor y el placer. Pero a medida que Marco y Ophelia descubren nuevos placeres juntos, la venganza por parte de ambos hacia este ser que les hizo daño sigue latente, lo que los lleva a tener que tomar una decisión crucial: ¿renunciarán al amor por la sed de venganza o estarán dispuestos a dejar atrás el rencor y luchar por lo que realmente quieren? Una historia apasionante llena de secretos, traiciones y decisiones difíciles que pondrán a prueba la fuerza de la voluntad y el poder del amor.
Ler maisA toda velocidad se marcaban las luces de la noche reflejada en lo negro de su traje y su motocicleta. Le gustaba sentir la adrenalina recorriendo por sus venas como droga que lo potenciaba y lo volvía adicto cada vez que la obtenía; La violencia del aire golpeando su cuerpo mientras, como ave, se hacía con él y lo metafísico se volvía real. El velocímetro decía 150 km/h cuando, a la distancia, se percató de un auto obstruyendo el paso. Con reflejos felinos, frenó con dureza lo suficiente para lograr llegar a sólo un par de metros de él. Su mirada se postró en el asiento del conductor cuando notó que no había nada más que la ausencia de uno. El auto permanecía encendido y la puerta del conductor estaba abierta. Observó con perspicacia alrededor del lugar, pero todo estaba oscuro. Sin acicalarse, con ayuda de sus pies, movió su motocicleta hacia un lado. La apagó y se bajó de ella.
El camino de asfalto era de una sola vía, pertenecía a un circuito donde se encontraba una especie de mirador que le daba vista al océano. Era uno de sus lugares favorito, a veces se sentaba a deslumbrase por el océano y sumergirse en sus pensamientos. El auto estaba a unos cuantos metros de ese lugar, ―tal vez esa persona estaría en él—. Es lo que pensó. Decidió caminar esos metros a la par de lamentarse por estar viviendo aquella situación. Adoptando una actitud defensiva alimentada por su rabia y molestia, galopaba con tal rapidez que sus zapatos sonaban con la dureza del asfalto.
A la distancia, notó la figura de una persona muy cerca de la baranda de aquel mirador. Se felicitaba por una parte al saber que había tenido la razón, por otra, su molestia aumentaba al saber lo poco responsable que había sido ese individuo. Pudo haber muerto de no haberse dado cuenta antes. Tal vez si sus frenos hubiesen fallado, entonces su historia sería la de convertirse en comida para los peces.
— ¡Hey! — Empieza a gritar mientras se acerca —. ¡¿Puedes mover el maldito auto del camino?!
Pero la figura no reaccionaba, seguía mirando al mar mientras sus manos se postraban en la baranda de concreto. Estaba absorta de él, formando parte de los cientos, o puede que miles, navegantes enamorados de su belleza.
— ¡Casi me mato gracias a ti! — Prosigue gritando —. ¡Hey!, yo sé que me escuchas. No hay nadie más aquí.
Tras emitir esas últimas palabras, de pronto la figura se sube a la baranda de concreto tratando de hacer equilibrio con sus brazos sin quitarle la vista al mar, hipnotizada por el sonido de las olas que chocaban con las rocas apreciando la fuerza con la que el agua se volvía burbuja.
Marco al ver aquella escena imprevista, empieza a correr alimentado con la misma adrenalina que sentía cuando montaba su motocicleta.
— ¡Espera! — gritó ahogado por el ajetreo de su esfuerzo por llegar lo antes posible.
Invadido ahora también por el miedo, Marco se apresuró hasta llegar al lugar.
— ¡Espera! — Dijo nuevamente. Sus manos se postraron en sus muslos para recuperar el aliento.
La presión en el pecho con la falta de aire no lo dejaba respirar con normalidad. A través de la poca luz alimentada por una pequeña lámpara a tan sólo un par de metros de la figura, pudo notar que era una mujer.
— ¿Qué estás haciendo? — preguntó ahora más calmado.
La mujer permanecía de pies manteniendo un equilibrio envidiable. Estaba de espaldas a él. Su respiración era muy tranquila y pausada, como la de alguien que acepta su destino. Como que entiende la realidad de su vida cuando un huracán actúa con criterio sin mediar las consecuencias de sus actos.
Marco, que aún permanecía en el asfalto, intentó caminar muy despacio escuchándose la tierra expandirse por sus pasos al salir del camino.
—No te acerques — Sentenció una voz bastante suave llena de firmeza.
Sorprendido al escucharla, Marco da un paso hacia atrás sin dejar ni un segundo de mirarla. Su cuerpo seguía tenso, pero aun así permanecía alimentado por el chorro de adrenalina. Luego de un par de segundos, empezó a dar otro paso al frente evitando que se escuchase. No tuvo éxito alguno.
— ¡Dije que no te acercaras! — gritó la voz que, si bien se tornó un poco más impactante, todavía resguardaba esa aura de suavidad y ternura.
— ¿Qué se supone que estás haciendo? — Preguntó Marcos creyendo que esta vez iba a recibir una respuesta —. Debes tener cuidado. Esas barandas son muy resbaladizas.
—Digamos que no es tu maldito problema — refutó ella.
Recobrando la rabia de segundos atrás, Marco entendió que la mejor manera sería hablar como si no hubiera tal situación. Como si esa figura en vez de estar parada en aquella baranda resbaladiza, estuviera más bien en el banco de madera a unos metros de ella.
—Lo es si no estacionas bien tu automóvil — responde él —. Venía a 150 km/h. De darme cuenta segundos después, ya no existiría.
—Bueno — respondió la voz de forma sarcástica —. ¿Por qué ibas a 150 en una carretera donde el máximo son 80 km/h?
Marco dibujó una sonrisa pícara al darse cuenta de la irónica situación de ambos.
—Pues… — respondió luego de una pequeña pausa —. Digamos que no es tu maldito problema.
Una sonrisa brilló en la oscuridad de aquel rostro que sólo duró segundos nada más. Lo frio de la noche daba lugar a una escena bastante frívola y cruda. La violencia es el fruto de una civilización sumergida en el entretenimiento. Y eso eran ellos, simples peones de algo más allá de todo.
El aire frívolo del mar los abrazaba, y el sonido de la briza se combinaba con el mismo silencio que no era más que violencia. Ella seguía con los brazos abiertos mirando el horizonte oscuro, creyendo que mientras más lo hiciera, encontraría el momento exacto cuando el cielo se volvía agua.
—Oye… — dijo finalmente Marco rompiendo el silencio —. No sé realmente lo que pasó, pero pienso que, quizás, no es la forma de lidiar con eso.
—De eso estás seguro — responde la voz luego de meditar por segundos la respuesta —. No sabes lo que sucedió. Sólo te preocupa una cosa.
— ¿Y qué es esa cosa?
— La razón por la que viniste a este lugar.
Él llevó su mano derecha hasta su nuca y empezó a acariciarse en círculos sintiendo un poco de placer. Da otros pasos más, pero esta vez sin cuidado, sin desmesurarse.
— ¡Te dije que no te movieras!
Se sentó en el banco de madera y metal que estaba junto ella. Suspiró como si la vida se fuera con él, pasó sus manos por su rostro en señal de cansancio y luego miró de nuevo aquella figura tratando de detallarla con la poca iluminación. La mujer tenía unas zapatillas blancas de esas que no usan trenzas o agujetas para atarlos, muy parecidos a los de ballet. Su pantalón también del mismo color, holgado y seguramente de una marca muy costosa. En la parte superior de su cuerpo, una pequeña blusa negra que dejaba ver sus clavículas pronunciadas con tiras delgadas apenas cubría su torso y su cabello ondulado castaño hasta sus hombros.
Marco observó sus botas negras que se habían ensuciado por la tierra y luego volvió a mirar a la mujer.
—Sólo quería sentarme — no le quitaba los ojos de encima —. Tuve que correr pensando que ibas a saltar.
—¡Lo voy hacer! — refutó la mujer con agresividad.
Él se inclinó hacia atrás postrando su espalda en el banquillo. Abrió sus brazos de par en par y los colocó también en el banco. Sus piernas en forma de v terminan de dar el resultado final a su postura despreocupada y habida de tranquilidad.
—Ya hubieses saltado — respondió mirando esta vez el océano.
Estuvo unos segundos admirando la oscuridad del mar. Sorprendentemente se veía algo, pero no lo literal ni lo obvio, él veía una historia que transcendía épocas antiguas donde ellos no existían. — El océano tiene vida — pensaba siempre —. Y lo curioso es que a través del tiempo te muestra la realidad de la vida; lo vacía que puede llegar a ser.
Algunas veces lo estas mirando queriendo tener un propósito de vida, otras veces buscas un propósito para quitártela. Él siempre estará ahí, no tiene las mentes frágiles como los humanos, ha visto gente morir y aún sigue siendo él.
Envidiaba al mar, porque al final el mar siempre quiere que lo envidiemos.
—Ha sido una noche larga — cierra sus ojos —. Esperaré aquí hasta que decidas bajar. Luego caminaremos a tu automóvil, ambos iremos en caminos separados para nunca más hablar de esto.
A veces el silencio es la mayor violencia que puede existir en un momento. Esa noche no hacía más que abrazarlo y crear una crudeza muy latente.
Lagrimas bajaban por el rostro de la mujer, que se notaba joven, y morían en sus hombros dejado epitafios invisibles en su piel. Sus labios se secaron y golpearon su garganta de tal forma que sintió como si tragara algo tan pesado como el mismo cemento solidificado. Pequeños sollozos abrieron los ojos de Marco, entonces su mirada se clavó en la espalda de ella.
—Mi madre murió — ya no había firmeza en ella.
Él apartó su vista, se concentró en lo lejos que pudiese estar de aquél lugar en ese momento. No supo cómo sentirse. Frunció sus labios haciendo una mueca de resignación y pena. Llevó su pulgar derecho a ellos, con sus dientes afilados, mordió el nudillo sintiendo la agudeza en su piel. El silencio seguía haciendo de las suyas, la noche seguía siendo más oscura y los cuerpos ya no combatían con el frio habían sucumbido a él.
—La vida es una m****a —comentó Marco afligido —. A veces lo es más de lo normal, otras menos. Otras sólo intentas encontrar el equilibrio.
Se levantó del banco impulsado por sus palabras, caminó hacia la baranda, se inclinó en ella dejando sus brazos cruzados. La chica permaneció a su lado.
—Ya entiendo — Dice él luego de estar unos segundos en silencio.
La chica no respondió, permaneció callada a la espera de algo. Su piel hacía contraste con la oscuridad de la noche y se unía a ella para formar algo más que simple arte. Si el mayor símbolo de belleza era una mujer, entonces le hacía más que honor al título tan extravagante, pero muy merecido.
—Es una hermosa vista. Tampoco me bajaría de ser tú —sus ojos permanecieron admirando el horizonte oscurecido —. Sí, una hermosa vista.
Sacó una caja de cigarrillos de su chaqueta, abrió su zippo plateado y el humo se hizo presente.
— ¿Fumas? — preguntó Marco. Le mostró la caja sin verla al rostro.
— ¿No te dijeron que cada cigarro es una bala en la recamara? — contesta la mujer en tono sarcástico.
Sumergido por sus pensamientos, Marco mira hacia el acantilado, y deja caer su cigarro aun encendido con restos de tabaco contando en su mente los segundos que tarda en caer.
—Quizá ya la recamara está llena y sólo espero el disparo —responde cuando el cigarrillo se pierde en la oscuridad de la noche.
La chica sin previo aviso, se sienta en la baranda de concreto dejando sus pies expuestos a la inmensidad de la caída. Su piel realmente era blanca como la nieva, y sus manos muy pequeñas y delicadas.
—Nunca es tarde para empezar a fumar —comenta la chica.
—O para dejarlo.
Para ambos, sus rostros eran ajenos, no importaba nada más que el simple hecho estar en ese lugar. Ella pensaba en las oportunidades que se podían presentar cuando algo va a pasar. —Todos tenemos un emisario de muerte, y a cada persona se le presenta de distintas maneras— pensaba ella. Puede que precisamente sea ese hombre el suyo y por ello que le ofrece un cigarrillo. No hay mejor oportunidad para fumar cuando sabes que ya no te queda más nada que el vacío, y es precisamente el humo que te llena de algo toxico, porque al final, todos necesitamos un porcentaje de toxicidad en nuestro organismo antes de sucumbir.
—Voy a considerar tu oferta —ella rompe el silencio.
—Me temo que ya no está disponible esa oferta —dijo él luego de un suspiro profundo —. Tu primer y último cigarrillo será cuando sea tiempo de partir. Y no creo que sea tuyo.
La mujer miró por primera vez el perfil del rostro de su emisario de vida. Giró dándole la espalda a la oscuridad del mar y bajó la baranda de concreto. Caminó hacia el asfalto, miró por última vez el cuerpo del hombre preguntándose qué demonios había pasado.
—Por cierto —comenta él sin dejar de quitarle la vista al horizonte —. No eres la única que perdió algo importante hoy.
Marco sacó otro cigarrillo de su caja, lo colocó en su boca y lo encendió dejando que el humo se uniera con la brisa fría de la madrugada. La nicotina en su lengua le dejaba un sabor amargo. Sin embargo, era el sabor que creía merecer. Un par de minutos después escuchó un auto pasar a la espalda de él para luego alejarse en la oscuridad hasta que las luces se perdieron en una curva.
—Sí, sólo espero que esa arma se dispare en algún momento —dijo en voz baja para sí mismo.
Al día siguiente Santino se despertó por el sonido de la alarma. Sus ojos estaban rojos, no había podido conciliar el sueño hasta entrada horas de la madrugada. Y cuando lo hizo, un ciclo de pesadillas revivían pequeñas imágenes de su pasado. Estuvo sentado a la orilla de la cama por varios minutos. No sabía cuánto. Sentía una pequeña punzada en su frente. Su rostro se paseaba alrededor de la habitación que apestaba a tabaco y sudor. Se desplazó hasta el lavamanos y allí miró su rostro. Apenas si tenía veintinueve años, pero parecía de más. La preocupación estaba acabando con su juventud, o tal vez era su sed por hacer pagar a los culpables. En su cabeza no había más que malestar, humedeció su rostro hinchando y lo secó. Una barba bastante tupida y desaliñada cubría la mitad de él. La podó con criterio hasta quedar sólo un poco. Como una barba de varios días. Luego de ducharse, se preparó para enfrentar su día. No sabía lo que le esperaría. De camino, ol
El silencio se había apoderado del lugar, sólo se escuchaba la nada haciendo de la suya. Es difícil cuando tus pensamientos son más ruidosos que el mismo sonido, porque no son vibraciones emitidas desde afuera, sino desde tu mismo cerebro. No se puede escapar a esos gritos. Precisamente eso lo vivía Santino. Sin embargo, no todo estaba perdido, siempre existía algo positivo para cualquier situación, él quería creer que podía sacar provecho de eso, y tal vez tenía la razón. —El mundo seguirá girando luego de morir—pensaba. Estaba en lo correcto. —¿Qué tan sincero fuiste con la estirada?— preguntó él. Camilo, que estaba sentado en el escritorio, tomó un sorbo de otra cerveza. Adoraba el sabor a la cebada fermentada, lástima que la primera vez que la probó no pensó lo mismo. De vez en cuando, cuando tomaba una caliente, recordaba el olor a orina que sintió la primera vez. —No soy un tonto.—respondió.—Sólo dije ciertas cosas. —Lo eres si te atraparon. La
2 horas más tarde. Javi y Ophelia siguieron la dirección que Helena le había dado. Efectivamente teníarazón. El taller estaba a un par de kilómetros del bar. En cierto punto, reconoció el lugardonde Polo la había dejado a su suerte. Un escalofrío rondó por su cuerpo de sólorecordarlo. Eso la hizo pensar aún más sobre los acontecimientos, no podía reconocer lo que era realo un montaje. De todas formas, estaba completamente comprometida en averiguar todo loque pasaba en su pequeño gran mundo. Llegaron al taller finalmente, la puerta era una especie de portón corredizo que secerraba hacia abajo. Javi se estacionó en todo el frente de la entrada y se bajaron. Ophelia se había cambiado también. Usaba un pantalón de vestir blanco con unassandalias negras con tiras que se extendían por toda su pierna, como los de un gladiador;sabía que unos tacones combinarían más, pero seguía su promesa de no usarlos por elmomento. Una pequeña franela negra con tiras delgadas y
La ciudad se perdía rápidamente por la ventana del auto. A toda velocidad Javi manejaba hasta donde le había indicado ella. Si quería ganar este juego, tenía que ser más rápida. Mas hábil. Mas inteligente. Por el momento le llevaban ventaja, aunque no tenía idea qué tanta. Sin embargo, suponía que no era mucha. —¿Qué hacemos aquí?.—preguntó Javi cuando se bajaron. —Siguiendo mi pista principal. Al frente del bar que visitaron la noche pasada, Ophelia pretendía averiguar qué estaba pasando. Le resultaba intrigante el contraste del lugar cuando era de día. No era tan mal después de todo, incluso le resultaba agradable. Tocaron la puerta principal de la entrada, pero nadie contestaba. Se le ocurrió abrir la puerta, y para su sorpresa, no tenía seguro. Siguiendo los caprichos y la locura de su amiga, Javi permaneció cerca de ella con todas las dudas del mundo. Bajaron por las escaleras y el bar se hizo ante sus ojos. Varios del personal de limpieza hací
En la oscuridad de la noche, Ophelia se vio caminando en una calle alumbrada porpequeños focos que dejaban sus rastros en el asfalto húmedo. Estaba descalza, sus piessentían el frio con cada paso que daba. Rodeada de un bosque por ambos lados, no teníaotra opción que seguir adelante. Al final del camino, notó a una mujer de espaldas a ella con un hermoso vestido rojo deencajes, la tela se deslizaba por el camino dejando rastros de pétalos rojos. Poco tiempo transcurrió hasta que percibió a la mujer sentada en una silla en medio deun semáforo en verde. Desde la distancia, visualizó a un vehículo que venía hacia la mujera toda velocidad. —¡Hey!—gritó ella, pero no recibió ninguna respuesta. A pasos apurados, intentaba avisarle del auto. Creyendo ser más veloz, empezó a correrpara salvar a la mujer de una muerte inminente. De pronto el carro empezó a pitar. Sinreaccionar, permaneció sentada en la vía. Ophelia sentía el sonido de la bocina en su mente, com
Sintió como el aire congelaba sus piernas, cerró sus ojos. Le aterraban las motos, no les gustaban. Cada vez que aceleraban más, lo apretaba más con sus brazos. La rapidez la sentía en sus pies descalzos, y su pecho como los de un colibrí golpeaban la espalda de su salvador. —Ya puedes soltarme.—comentó la voz. Ophelia abrió sus ojos y se percató que estaban en una gasolinera. El olor a combustible entró por sus fosas y provocaron unas nauseas incontrolables. Con desesperación, se bajó de la máquina y vomitó en el piso. El ácido tocó su paladar, y sentía lo fuerte del alcohol salir de su boca. Tosía y la saliva salía de su boca, le faltaba aire. Arrodillada, siguió vomitando hasta que sintió unas manos en su pecho. Tomó su cabello y lo levantó. —Es normal vomitar en estos casos.—dijo el hombre.—Es por la conmoción de todo esto. Y seguramente porque tomaste mucho alcohol. Entre jadeos Ophelia intentó hablar.— ¿Cómo sabes que es alcohol? —Estás ves
Último capítulo