231. BUENOS ACTORES
DAFNE:
Continué mi diatriba, las palabras brotando de mi boca como un torrente imparable, cuando de pronto una voz autoritaria resonó en la sala:
—¡Silencio en la sala! Su señoría, el juez general Maldonado.
El color abandonó mi rostro al escuchar ese nombre. El juez Maldonado, aquel hombre al que tantas veces había chantajeado siguiendo las órdenes de Amaya, estaba allí. La realidad de la situación me golpeó con fuerza: me iban a juzgar allí mismo, en ese lugar improvisado y siniestro.
El juez Maldonado, un hombre de aspecto severo y mirada penetrante, tomó asiento frente a nosotras. Su presencia llenaba la habitación, imponiendo un silencio sepulcral.
—Dafne Rodríguez —comenzó el juez, su voz grave resonando en las paredes desnudas—, se le acusa de ser cómplice en una serie de crímenes de extrema gravedad. Las pruebas en su contra son abrumadoras.
Aún conmocionada, miré a mi alrededor buscando una salida, una explicación, algo que me dijera que todo esto era una pesadilla. Pero