Por otro lado, en la habitación donde estaba recluida Amaya, completamente ajena a las maquinaciones de Herrera para hacerse con su custodia, me encontraba inmersa en una lectura profunda. Morgaine y yo le habíamos traído un documento de gran importancia, un poder legal que, una vez firmado, convertiría a Amaya en un mero objeto sobre el que su hijo tendría total control. La incertidumbre me embargaba; no sabía cómo proceder. Si Amaya no firmaba y el doctor Herrera continuaba con su implacable búsqueda, quizás eso le resultara conveniente. Morgaine y yo estaríamos obligadas a entregarla a él, pero ella tendría que pasar su vida encerrada, en un estado de letargo del que no despertaría. Sin embargo, con la ayuda de su amigo, eso podría ser beneficioso, pues podría llevar una vida oculta y nocturna. Pero había otro factor a considerar: yo también podría tomar l