POV – MILA.

El eco de mis tacones resonaba en el mármol como un martillo. El lobby de la empresa de Lola era un edificio de cristal y acero, con paredes que parecían gritar lujo y poder. Pero esa mañana, cada detalle brillaba distinto. No era su terreno. Era el mío.

Los empleados, sorprendidos al verme, bajaron la mirada en cuanto pasé. Había rumores ya, susurros que recorrían los pasillos como ráfagas de viento: la nueva accionista mayoritaria había llegado.

El silencio de la sala de juntas se rompía con el chasquido de plumas sobre papeles y el zumbido lejano del aire acondicionado. Todos esperaban, con miradas nerviosas, a que comenzara la reunión.

Lola entró, como siempre, con su vestido rojo ajustado, los labios pintados del mismo tono y la cabeza erguida como si todavía fuera la reina incuestionable del reino. Pero ese día, los murmullos no eran de admiración: eran cuchicheos incómodos, risas contenidas que se apagaban apenas ella pasaba.

Cuando me vio ya sentada en la cabecera