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Sonrió y se arrodilló frente a mis piernas abiertas. Estaba a punto de preguntarle qué estaba haciendo cuando lo sentí y tuve que agarrarme al borde de la mesa para no rodar.

Cálido y húmedo, su lengua se lanzó sobre mi área, haciéndome gemir. Estaba confundido entre alejarlo y acercar su cabeza y mantenerlo allí. Esto continuó durante diez dulces minutos antes de sentir una sensación de hormigueo que se extendió desde la parte superior de mi cabeza hasta los dedos de mis pies. Grito en éxtasis y él espera que baje de mi altura. Le dio a mis labios un beso de despedida antes de decidir que había llegado el momento. Se puso de pie, pero su mano no subió con él. Se subió encima de mí y deslizó su dedo dentro de mí y gemí, cerrando los ojos y orando en silencio por la dicha que sentía de no irme nunca. Me lo metió y me lo sacó, y cuando vio que me había acostumbrado, metió otro dedo para juntarlo con el primero y así siguió hasta tener tres dedos dentro de mí.

Y tenía manos grandes.

Pero
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