La luz de la tarde entraba a medias por las persianas de su departamento. Vanessa estaba sentada frente al espejo del tocador, con el vientre redondeado bajo un vestido ajustado. Sus manos acariciaban la curva de su abdomen con movimientos lentos, como si buscara convencerse de algo.
—No eres de él —murmuró, mirándose a sí misma con los ojos vidriosos—. Nunca fuiste de Marcus… eres de Julian.
El reflejo le devolvía una imagen extraña: bella, maquillada con esmero, pero con el rastro de lágrimas secas en las mejillas. Se rió, un sonido breve, quebrado.
—Qué ironía, ¿no? —se dijo—. Marcus cree que me tiene. Que este hijo es su trofeo. Pero él no sabe…