Capítulo 114:

La luz del atardecer no entraba de frente en la habitación; se filtraba en un resplandor lechoso por la persiana entrecerrada, dejando en el aire un polvo suspendido que parecía moverse al ritmo del monitor. Pi… pi… pi… El pitido clavaba pequeñas agujas de sonido en el pecho de Kira, que ya dolía, que ya ardía, que ya cargaba un peso extraño entre esternón y garganta. Tenía la cánula de oxígeno prendida a las mejillas como dos brazos fríos y la vía salía del dorso de la mano con una cinta blanca que la sujetaba a la piel: una flor plástica transparente, clavada, goteando. Se sentía sola, no de la soledad mansa de quien escoge callar, sino de la soledad que tiene bordes y esquinas y te empuja a ellas. Sol había prometido volver en cuanto pudiera del colegio, pero seguía allá, entre gritos y cámara

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