Mundo de ficçãoIniciar sessãoLa sirena de un auto, a lo lejos, sonó como una aguja sobre vidrio. El eco del disparo todavía vivía en la bodega: una vibración leve en las láminas de metal, un olor tenue a pólvora, el polvo en suspensión atrapando la luz del único foco que parpadeaba como un ojo cansado. El casquillo brillaba en el suelo como un diente arrancado. Julian apretó los dientes sin darse cuenta; Marcus se enderezó y, por primera vez en mucho tiempo, el cuerpo le obedeció sin el temblor de la culpa, sino con la eficiencia de la necesidad.
—No toques nada más —dijo Julian en voz baja—. Hernán viene en camino. William, no te muevas de la puerta.
—No soy museo —masculló William, aunque obedeció—. Pero no voy a dejar que esa rata nos encierre aqu&iacu







