Inglaterra, un mes después.
Los gritos de agonía de Freidys resonaban por todo el lugar. Había llegado el momento de que su hijo naciera, y yo me sentía extremadamente feliz. Pronto, yo controlaría a los dos últimos Imperials, y con ellos, dominaría el mundo entero.
Entré a la habitación donde ella estaba. Freidys me miró con desesperación y me gritó que me largara, pero no moví ni un músculo.
—Deja de gritar, o tu dolor se multiplicará —le advertí con frialdad.
Ella miró hacia la puerta con ojos suplicantes, y yo sonreí con malicia. Me acerqué y me senté a su lado, disfrutando del poder que tenía sobre ella.
—Ivar no vendrá, y tu hermano no tiene permitido entrar aquí —le dije con calma.
Sus lágrimas comenzaron a fluir con más intensidad, y su cuerpo temblaba de angustia. Con una mano temblorosa, intentó apartar la mía cuando acaricié su vientre, su mirada llena de rabia y miedo.
—Aléjate de mi hijo —me advirtió, su voz quebrada por el dolor y la desesperación.
Sonreí un poco, disfru