Cabalgamos durante casi un día entero, hasta que finalmente llegamos a una fortaleza. Eirik me ayudó a bajar del caballo, y con pasos temblorosos pero decididos, seguí a Graham hacia el interior del lugar. Dentro de la fortaleza, vi a muchas mujeres y niños, pero lo que realmente capturó mi atención fueron mis dos pequeños, Kieran y Viggo, que estaban jugando felices a lo lejos.
Mi corazón latía con tanta intensidad que sentía que podía salirse de mi pecho. Con lágrimas tibias cayendo por mis mejillas, me acerqué a ellos lentamente, cada paso llenándome de una mezcla de alivio y alegría. Finalmente, llegué a donde estaban.
—Kieran, Viggo —los llamé con la voz agotada pero llena de emoción.
Ambos voltearon a mirarme y, al reconocerme, se levantaron de un salto y corrieron hacia mí. Abrí los brazos y, al sentir sus pequeños cuerpos abrazándome, la felicidad se desbordó. Lloré al tenerlos por fin conmigo, sin miedo a que algo malo les pudiera pasar.
Eirik se acercó y, en un gesto de ternu