La bruma de las Montañas de Ceniza caía densa, ocultando los riscos y profundos abismos que flanqueaban el sendero estrecho. El ejército de Rhaziel avanzaba en silencio, como sombras sobre un mundo de piedra y ceniza. Habían seguido el rastro del enemigo durante días hasta dar con un pequeño enclave fortificado en una hondonada, custodiado por un destacamento de soldados y bestias corrompidas por la magia oscura. Allí, según los prisioneros que habían capturado en Helden, mantenían a Lucian.
Rhaziel detuvo a sus hombres en lo alto de una colina. Desde allí, la visión era clara: hogueras encendidas en el valle, patrullas armadas y en el centro, una estructura de hierro ennegrecido.
—Allí lo tienen —dijo Rhaziel, la voz grave y decidida.
Kael apretó su espada con fuerza. —Parece una trampa.
—Lo es —respondió Dorian—, pero no podemos dejarlo allí.
Rhaziel asintió. No había espacio para el miedo, solo para el deber.
—Hoy no solo salvaremos a mi primo. Hoy enviaremos un mensaje al traidor.