El amanecer nunca llegó
La noche se quedó atrapada sobre la ciudad como si la hubiera mordido algo gigantesco y oscuro que no la dejaba avanzar.
Las calles estaban vacías.
Los perros no ladraban.
Los pájaros no cantaban.
El mundo parecía contener la respiración.
Noctara caminaba como una sombra afilada, cargando a Thallia en los brazos mientras la Orden seguía detrás a trompicones. Cada paso era una descarga de rabia contenida.
Thallia no pesaba casi nada, pero su presencia era un incendio.
No por fiebre.
Sino por él.
La marca en su pecho seguía brillando por dentro de la tela, pulsando como un corazón que no era suyo.
Noctara no necesitaba tocarla para sentirlo.
—¿Hasta cuándo vas a quedarte callado? —escupió en voz baja—. Sé que estás ahí.
Thallia abrió los ojos, apenas una rendija. Sus labios se movieron, pero no fue ella la que respondió.
—Hasta que ella pueda sostenerse sola. No fuerces lo que no debe forzarse.
La voz se filtró desde su interior, como si su garganta fuera un ins