Ella alcanzó la puerta de Alaric y, con un movimiento silencioso, la abrió. Pero al vislumbrar lo que había dentro, se paralizó. Una casaca negra. Idéntica a la de Lucian. Arabella cerró la puerta rápidamente, con los ojos muy abiertos.
Su corazón se disparó, y volvió a usar apenas la rendija, espiando con cautela, lo suficiente para distinguir dos figuras en la penumbra. Alaric, el bebé, estaba en los brazos de un hombre que, a primera vista, parecía Lucian. Pero no era solo el casaco. Era la postura, la forma en que sostenía al niño con una ternura que Arabella nunca había asociado con su hermano.
Cerró la puerta con un chasquido seco, la sangre subiéndole al rostro. La rabia y la comprensión la golpearon como una ola. No era solo a Alaric a quien Lucian protegía. Ahora estaba claro. Así como no era el bebé lo que imped&ia