La antorcha oscilaba, crepitando contra la pared de piedra fría. La celda improvisada era húmeda, olía a moho, pero Arabella mantenía la barbilla en alto, los ojos fijos en la danza hipnótica del fuego. Sus pensamientos eran tan afilados como la hoja que había soñado usar contra Phoenix. Sentía el sabor de la frustración en el fondo de la garganta. Había estado tan cerca. Absurdamente cerca. Y ahora, allí, presa, su venganza se escurría entre sus dedos como arena mojada.
Pasos.
Arabella levantó el rostro con una sonrisa irónica, reconociendo el ritmo marcado, el eco arrastrado sobre el suelo de piedra.
— Vaya… —murmuró, el sarcasmo goteando en cada sílaba— ¿la doncella volvió para un tercer intento? Dicen por ahí que es el mejor.
Una voz grave respondió