El salón del banquete estaba en silencio, salvo por el crepitar de las antorchas en las paredes y el suave roce de los pasos de los criados que servían la comida. La larga mesa de roble, decorada con arreglos de flores silvestres y velas altas, parecía preparada para toda una corte, pero solo dos lugares estaban ocupados.
Phoenix se sentó con cierta incomodidad en el pecho, observando a Lucian al otro lado de la mesa. Él parecía completamente tranquilo, cortando pequeños trozos de carne asada con precisión y llevándolos a la boca con movimientos pausados, como si aquel silencio no tuviera peso alguno. Pero para Phoenix, el silencio pesaba toneladas. Y la forma en que él evitaba mirarla directamente, como si estuviera demasiado cómodo en aquella quietud, solo aumentaba su inquietud.
Ella dejó los cubiertos con un leve tintineo y se limpió los labios con la servilleta antes de hablar, con una mirada firme clavada en él.
—Tengo una pregunta para hacerte.
Lucian levantó los ojos, curioso,