Por un momento, el silencio flotó, pesado como el aire húmedo de la celda. Arabella miró a Phoenix, con los ojos entrecerrados, pensativa. Luego, para sorpresa de Phoenix, asintió lentamente.
—Tienes razón —dijo, con la voz calma, pero cargada de una verdad cruda—. Te tenía envidia.
Phoenix parpadeó, tomada por sorpresa, pero pronto recuperó la compostura, con una sonrisa triunfante asomando.
—Qué bueno que lo admites. Muy maduro de tu parte.
Arabella se levantó, con movimientos lentos, casi teatrales.
—Sí, te tenía envidia —continuó, con la voz ganando fuerza—. Eres hija de un alfa y una Peeira. Heredaste el lado lupino, el lado místico. Tu nombre está en la profecía. Mientras que yo… —Hizo una pausa, con la sonrisa volviéndose amarga—. Soy hija de un alfa y una mera mor