Los aposentos en Aurelia estaban sumidos en penumbra, como si el mundo exterior no se atreviera a atravesar aquellas paredes. El sol se filtraba por la alta vidriera, proyectando una luz pálida sobre el lecho, sobre las piedras frías, sobre la sangre derramada. Y en el centro de aquel universo íntimo, Ulrich sostenía al bebé en sus brazos —su hijo— mientras Phoenix, a pocos pasos de distancia, intentaba asimilar todo lo que él acababa de revelarle.
Ulrich mecía al pequeño con la delicadeza de quien tiene la fuerza de una bestia, pero ahora cargaba el corazón de un padre. El bebé dormía, completamente ajeno al torbellino de emociones a su alrededor. Phoenix, con el rostro aún húmedo de lágrimas, observaba la escena en silencio, como si las palabras no lograran escapar de su garganta apretada.
— Seguir el plan fue fácil… —