La sala del trono, antes ocupada solo por ecos y sombras, ahora palpitaba con algo más. Algo vivo. Algo inevitable.
Phoenix.
Lucian sentía su sangre vibrar como un tambor de guerra. El simple hecho de que ella estuviera allí hacía que el aire pareciera más denso, más cargado —como si hasta el tiempo necesitara contener el aliento ante ella.
Y él apenas podía controlarse.
Ella se detuvo frente a él con la compostura de una reina, sin corona, sin cetro, pero con una presencia que bastaba para hacer que los reyes se arrodillaran. Cuando su voz resonó, fue como un velo de seda deslizándose sobre cuchillas.
— Fui informada por la criada de que me llamó, Majestad.
Lucian hizo un gesto discreto para que el guardia saliera, manteniendo sus ojos en ella como si, al parpadear, ella pudiera desaparecer.
— No necesitas ser tan formal conmigo &mda