Marina contemplaba el atardecer desde la terraza de su habitación. El cielo de Alzhar se teñía de tonos anaranjados y púrpuras, creando un espectáculo que aún después de meses seguía robándole el aliento. Las palmeras se mecían suavemente con la brisa vespertina mientras el sol descendía lentamente, como si quisiera prolongar su despedida del día.
Respiró profundamente, dejando que el aroma a jazmín y especias que flotaba en el aire llenara sus pulmones. Había sido un día agotador con los niños. Amira había tenido una rabieta durante la clase de matemáticas, y Faisal se había mostrado inusualmente callado y distante. Marina sospechaba que algo ocurría entre los hermanos, pero no había logrado que ninguno se abriera.
El sonido de unos nudillos golpeando suavemente su puerta la sacó de sus pensamientos.
—Adelante —dijo, girándose para ver quién la visitaba a esa hora.
La puerta se abrió lentamente, revelando la imponente figura de Khaled. Vestía una túnica