El silencio de la noche envolvía el palacio mientras Khaled permanecía de pie frente al ventanal de su despacho. La luna llena de Alzhar brillaba con una intensidad casi sobrenatural, bañando los jardines en un resplandor plateado que convertía las fuentes en espejos líquidos. Sus manos, tensas sobre el marco de la ventana, revelaban la tormenta interior que lo consumía.
Tres semanas habían pasado desde aquel beso robado en los jardines. Tres semanas de miradas esquivas, de encuentros casuales que parecían coreografiados para mantener la distancia, de conversaciones formales sobre sus hijos que terminaban abruptamente cuando el silencio se volvía demasiado íntimo.
Khaled se pasó una mano por el rostro, sintiendo el peso de la corona invisible que llevaba desde que asumió el liderazgo de su pueblo. El Consejo había programado una reunión para la mañana siguiente donde se discutiría, una vez más, la necesidad de que el jeque contrajera matrimonio con alguna de las candid