El silencio del palacio a medianoche siempre había sido el refugio de Khaled. Mientras recorría los pasillos desiertos, sus pasos apenas audibles sobre el mármol pulido, sentía cómo el peso de la corona se aligeraba momentáneamente. Era en estas horas cuando podía ser simplemente un hombre, no el Jeque de Alzhar, no el líder que todos esperaban que fuera.
Esta noche, sin embargo, el silencio traía consigo una inquietud que no lograba sacudirse. Había notado miradas furtivas entre algunos de sus consejeros durante la última reunión del gabinete. Pequeños gestos, conversaciones que cesaban abruptamente cuando él se acercaba. Después de años gobernando, Khaled había desarrollado un sexto sentido para detectar las conspiraciones palaciegas.
Se detuvo frente a uno de los grandes ventanales que daban al jardín central. La luna llena bañaba con su luz plateada las fuentes y los rosales que Mariana tanto amaba. Pensar en ella trajo una sonrisa involuntaria a sus labios, pero también intensific