El amanecer se filtraba por las cortinas de seda cuando Mariana despertó. Su mente aún revivía el beso compartido con Khaled la noche anterior, un recuerdo que parecía grabado a fuego en sus labios. Se llevó los dedos a la boca, como queriendo comprobar si había sido real o solo un sueño demasiado vívido.
La habitación, con sus lujosos detalles dorados y sus muebles de madera oscura, parecía ahora un espacio ajeno. Desde que llegó a Alzhar, nunca se había sentido tan extranjera y, al mismo tiempo, tan conectada a este lugar. Todo por él. Todo por Khaled.
Se incorporó lentamente, observando su reflejo en el espejo del tocador. Sus ojos, normalmente claros y decididos, mostraban ahora una mezcla de confusión y anhelo. ¿En qué momento había permitido que sus sentimientos crecieran de esta manera? ¿Cuándo había dejado de ser solo la niñera extranjera para convertirse en una mujer enamorada de quien no debía?
—Esto no puede continuar —murmuró para sí misma, intentando convencerse—. No perte