El sol de la tarde se filtraba por los ventanales del palacio, proyectando sombras alargadas sobre los mosaicos del suelo. Mariana caminaba por el pasillo principal con un libro de cuentos bajo el brazo, regresando de una sesión de lectura con los niños. Las últimas semanas habían sido una montaña rusa emocional desde aquel beso con Khaled en el jardín, seguido por los encuentros furtivos con Rashid. Su corazón estaba dividido, y aunque intentaba mantener la compostura, la culpa comenzaba a pesarle como una losa.
Al doblar la esquina hacia el ala este, tres mujeres de la corte interrumpieron su conversación para observarla. Mariana reconoció a una dama de la corte conocida por su lengua afilada. Las tres vestían con elegantes abayas de seda y joyas que destellaban con cada movimiento.
—Buenas tardes —saludó Mariana con una inclinación de cabeza, intentando pasar de largo.
—Un momento, señorita Mariana —la voz de la mujer cortó el aire como un cuchillo—. Creo que deberíamos hablar.
Mari